martes, 26 de abril de 2011

Encuentro de la red del 28/4/11: Espiritualidad y Salud Mental



Hola a todos

Les quería contar que para facilitar el envío de mails creé el grupo redpiaff@googlegroups.com que cumple la función de mejorar la comunicación entre los miembros de la REDPIAFF.



Les recuerdo que el jueves 28/4 20,15 hs. Beatriz Boulanger compartirá el Tema ¿Por qué una Psicología Espiritual en los Sistemas de Salud Mental?. La paradoja y el dualismo de la Psyché: Mente/Alma-Espíritu.


La propuesta de este encuentro es compartir un proyecto de trabajo actual que consiste en un doble intento:

-Presentar la Psicología Espiritual como un abordaje terapéutico profesional
- Que la Psicología Espiritual logre un status de reconocimiento oficial en los sistemas de Salud

Podemos partir de discutir la siguiente premisa:

Actualmente se refleja tanto en los pacientes como en los terapeutas, una dicotomización de la “psyché”, pareciendo sobreentenderse que de la mente/ psiquis se ocupan “los profesionales psi” (léase Salud Mental), y que cualquier necesidad del alma/espíritu será vehiculizada por otros canales ajenos al proceso terapéutico (la religión, la filosofía, el ocultismo y diversas experiencias espirituales interiores).Y teniendo en cuenta este disparador apoyarnos en los siguientes interrogantes:

-¿Hay una creencia de que esta “división de tareas” es “necesaria” y “debe” existir para mantener una profesionalidad científica?
-¿Por qué hoy la psiché que se aborda terapéuticamente se traduce como mente? ¿Es la psi sólo procesos mentales, emociones, lenguaje analógico?
-¿Existe la espiritualidad? ¿Qué es? ¿Qué es la “vida anímica”? ¿Está comprendido dentro de “lo emocional” lo espiritual? ¿Es lo mismo?
-Como terapeutas ¿no corresponde abordar la espiritualidad? ¿corresponde?¿Es hablar de la espiritualidad como algo más, o pensarla como un abordaje terapéutico?
-¿Los terapeutas tenemos sesgos, prejuicios en relación a la espiritualidad y/o tenemos prejuicios en relación a la pertinencia de abordarla terapéuticamente? ¿Podríamos hablar de una represión de la espiritualidad?
-Si nos consideráramos “habilitados” a abordarla ¿Cómo? ¿Hay alguna “especificidad en ese cómo? ¿Se puede formar un terapeuta teórica- técnica y metodológicamente en la especificidad de este abordaje? ¿Lo “convierte” eso en un “ocultista”? ¿o en un “menos científico”? ¿hay temores al “desprestigio”?
-¿Trae consecuencias clínicas “escotomizar-recortar” la espiritualidad del ámbito Psi? ¿Trae consecuencias clínicas integrar a lo Psi la Espiritualidad?
- La asociación de la Espiritualidad a la moralidad, lo religioso, lo new age, esoterismo, ocultismo, o incluso alguna terapia alternativa ¿podría trasladarse fácilmente generando prejuicios sobre una Psicología Espiritual?
-¿Sería necesario y por qué que la Psicología Espiritual se incorpore con un reconocimiento oficial dentro de los Sistemas de Salud hegemónicos- y de los Sistemas de prestación?

Los esperamos!

Marcelo Choclin


Recordatorio de próximas actividades:

26-5-2011: Tema Psiquiatría y Comunidad a cargo de Dra.Leticia Rios

30-6-2011: Tema "Grupos en el Hospital" a cargo Lic.Marcelo Choclin

25-8-11: Tema Servicio Adolescencia Hospital Vicente Lopez a cargo Lic. Cristina Arango y equipo

sábado, 16 de abril de 2011

Chicos en riesgo y padres desorientados

Notas publicadas en Clarín el 20/3/11


Una noche, mi hijo empezó a escuchar ruidos: decía que lo perseguían, tenía miedo, lloraba. Tuvimos que dejar que se durmiera en nuestra cama para que se tranquilizara. Parecía un bebé. Pero es un gigante de un metro noventa, que tiene 27 años”.Silencio. “Yo ya viví esto y no hice nada. Pensé que era grande, que se le iba a pasar...” Marta rompe en llanto. “Ahora me cuesta mucho perdonarme”. Su voz se convierte en un hilo que se clava en el pecho, donde hundió su cabeza temblorosa. Su marido le toma la mano, suspira y deja que su mirada se pierda en el techo. Su hijo, Julián, no puede manejar su abuso de la cocaína. Están preocupados, destruidos, pero cuentan que al día siguiente Julián se despertó, pidió perdón y se fue a trabajar. Y ellos se fueron a ver un evento deportivo para el que tenían entradas. A su alrededor, unos quince padres de chicos que usan drogas esperan turno para contar su drama. La escena, presenciada discretamente por Clarín, ocurrió en la sede de “Proyecto Cambio”, una organización que se dedica a tratar a jóvenes que tienen problemas de consumo o adicción. “Estos grupos de orientación para padres son el primer contacto”, explica la codirectora del lugar, Susana Barilari. “Hay mucha desconfianza, dolor, mucha culpa. Ese mismo día nos reunimos con cada familia y les hacemos una breve devolución. Después tienen que venir los chicos. Siempre fue lo más fácil, pero ahora los padres no se animan a decirles que vengan. Esto es nuevo y muy serio”, dice. Si se logra, ese encuentro permitirá un diagnóstico, y luego de un mes de observación comenzará un tratamiento en el que será clave la participación de la familia y los amigos. La reunión sigue. Miriam y Carlos cuentan que su hijo de 20 años consume marihuana, y que cuando le dicen algo los maltrata y deja de hablarles. Hay peleas fuertes, y palabras que se lleva el viento. “Recién ahora nos estamos poniendo de acuerdo entre nosotros”, murmura Miriam. Gladys sospecha que su hijo se droga, habló con él y no consiguió nada: ni que la escuchara ni que dejara de volver borracho a casa. Su marido no vino: cree que lo del chico es normal. “No hay acompañamiento familiar en el pasaje de la adolescencia a la adultez. Los chicos están más conectados con el celular o la computadora que con sus papás”, advierte Barilari. Y enseguida previene: “el diálogo es muy importante. Pero no hay que hablarles de drogas, porque los chicos saben mucho más que sus padres sobre sus peligros y efectos. Y así se desvirtúa un diálogo que tiene que ser jerarquizado. Es mejor decirles que estamos preocupados por ellos porque llegan tarde o porque no conocemos a sus amigos”. El doctor Carlos Damín es titular de la cátedra de Farmacología de la facultad de Medicina de la UBA, jefe del servicio de Toxicología del Hospital Fernández, y sin dudas uno de los profesionales que más sabe sobre los riesgos de las drogas. “Excepto con el paco, yo no hablo de jóvenes adictos, sino de usuarios o abusadores. Según nuestras estadísticas, un 30 por ciento de los usuarios comete abusos o con el tiempo se hará adicto a las drogas”, explica. Como todo buen médico, Damín es un excelente observador: “los padres van a buscar a sus hijos al boliche y ven a sus amigos borrachos, pero no quieren darse cuenta de que el sábado que viene el chofer será otro padre, y el borracho será su hijo.” Otra pincelada: “los adultos tenemos que tomar menos medicamentos, porque los chicos también creen que cualquier cosa se puede arreglar o tapar con una pastillita”. La última: los padres deben ser cuidadosos. Para sus hijos, perder el grupo de pertenencia es más grave que cualquier reto de ellos. Y hoy, la ‘regla social’ para los chicos es beber alcohol. Por eso en las familias y desde los gobiernos habría que promover hábitos saludables: deportes, actividades al aire libre, cumpleaños, reuniones familiares.” Para responder a la demanda insatisfecha de consejos y evaluaciones profesionales, Damín creó junto a otros especialistas la Fundación FAITH, un espacio de consulta preventiva. “No hay pastores ni ex adictos, sino médicos con mucha experiencia que estamos para disipar dudas sin caer en retos o agitar miedos estériles. La mayoría de los chicos que prueban sustancias no corre peligro, pero es bueno estar atento, saber qué hacer y qué no”, explica. Tan descuidado está este segmento de pacientes –el más grande– que las obras sociales y prepagas no lo tienen en cuenta: ante una consulta por drogas, derivan al afiliado a los centros de rehabilitación, especializados en abusadores o adictos. Claudio Santa María, rector del Instituto Superior de Ciencias de la Salud y organizador de charlas sobre adicciones en los colegios, se apresura en advertir sobre el peligro de la creciente tolerancia social con respecto a las drogas: “Se están minimizando los riesgos. Para prevenir excesos y adicciones es necesario un pacto social entre los padres, la escuela, la sociedad y los medios. Si alguna de estas cuatro patas no está, cualquier modelo difícilmente funcione.” Autor de encuestas masivas sobre hábitos adolescentes entre estudiantes secundarios y sus familias, Santa María comenta algunos datos que le resultan elocuentes. “El 34 por ciento de los padres no sabe dónde están sus hijos cuando no los ven en casa, seis de cada diez no conoce a los amigos de sus hijos o los conoce muy poco, y un 15 por ciento de los chicos comparte la mesa familiar menos de tres veces por semana. En estos agujeros se cuelan los desencuentros, la falta de diálogo, la sensación de los chicos de que sus cosas no le importan a nadie. Hay que involucrarse en sus proyectos, acompañarlos desde un rol adulto”, remata. Hace dos años, la investigadora Cecilia Arizaga realizó para el Observatorio Argentino de Drogas de la Sedronar un trabajo cualitativo para evaluar la tolerancia de los padres ante el consumo de alcohol por parte de los adolescentes, cuyas observaciones son muy jugosas. “Hicimos muchas entrevistas, y notamos que en las clases medias altas hay mucho padre cómplice, a quien le parece bien que su hijo pruebe cosas, y hasta lo acompaña a comprar cerveza. Es una tolerancia militante”, explica Arizaga. “Otra tipología es la del padre negador –o más bien cómodo– que relativiza las señales, se va de la casa y deja a los chicos solos para no ver. Y los hijos responden a ese simulacro compartido: recogen las botellas, se ponen perfume. En esos hogares todo queda silenciado.” En las entrevistas a solas, los chicos reclamaban padres contenedores, que no los mantuvieran encerrados por miedo ni los dejaran librados al azar. “Ellos perciben que las jerarquías dentro del hogar se están desdibujando y, aunque saquen provecho de eso, les parece mal”, advierte Erizaga. Mamá de una hija adolescente, la investigadora aporta sus propios tips: “me gusta ir a buscarla a los boliches y que suba al auto con varias amigas. Así presencio diálogos entre ellas que son muy reveladores. A los chicos hay que dedicarles tiempo”, aconseja. Carlos Souza es presidente de la Fundación Aylén, una institución que se dedica a la recuperación de pacientes con adicción a las drogas. “Los padres suelen oscilar entre dos posiciones muy opuestas. O tienden a normalizar el problema o, si son padres atentos y presentes, se angustian frente a una señal de peligro de consumo por parte de sus hijos.” En base a su larga experiencia con chicos usuarios y adictos a las drogas, Souza enumera lo que considera son los errores más frecuentes que cometen los padres que tienen indicios o sospechas de que sus hijos usan drogas. “Los ‘padres-amigos’, que buscan la aprobación constante de sus hijos y pierden autoridad para ponerles límites, caen fácilmente en situaciones de manipulación, culpa o pequeñas extorsiones, y terminan acompañando –a veces resignados– proyectos que ya fracasaron o que a simple vista lucen imposibles”, comienza. “Otro error muy frecuente es el de la negación de las señales, que suele enmascararse con frases como ‘las borracheras son normales’ o ‘todos los chicos prueban cosas’. Su contracara, los que ven en cualquier tipo de consumo una adicción severa, no es menos peligrosa: una reacción desbordada y tratamientos radicalizados pueden ser muy inconvenientes. Por último, el error más general es la falta de información no sobre las drogas, sino sobre las condiciones emocionales y los factores de riesgo que promueven el paso de una situación de experimentación a otra de abuso.” Los factores de riesgo a los que se refiere el especialista no están relacionados directamente al uso de drogas, sino a señales de inmadurez, impulsividad, falta de adecuación a las pautas y sentido de responsabilidad adecuado a las distintas etapas evolutivas del joven. ¿El mejor antídoto? Acompañarlos con límites: promueven personalidades capaces de tolerar frustraciones y estimulan el aprendizaje en el control de los impulsos. Para Souza, un joven puede estar en mucho riesgo sin haber consumido drogas, si es que no logró desarrollar proyectos positivos. “Lo mejor es consultar ante las primeras señales, porque ante una situación de emergencia queda menos margen para elegir la mejor modalidad de tratamiento. Salvo cuando hay riesgo de vida inminente, creo que los tratamientos deben ser voluntarios. Y si hay una familia que acompaña, siempre es mejor que sean ambulatorios.” Desde hace años, Juan Antonio Lázara edita la famosa “Guía del Estudiante”, escucha y convive con adolescentes desorientados. “El problema más grave es el consumo de cerveza”, dice. “Y ojo con otras adicciones nuevas, como la adicción a Internet, que produce dispersión, ansiedad, sedentarismo y también invita al consumo de comida basura, alcohol y eventualmente drogas”. Los riesgos están cerca, a mano. Las armas para alejarlos, también.

“A mamá le decía ‘mirame, estoy perfecta’, y estaba drogada”

“A mamá le decía ‘mirame, estoy perfecta’, y estaba drogada” Al comienzo no se trataba más que de algún porro en una fiesta, un consumo social que se sumaba a la dulce compañía que una buena lluvia de alcohol brindaba en los encuentros con amigos. Carolina era una adolescente temperamental y llena de argumentos para justificar cualquiera de sus actos. Una adolescente, en fin. “En 1998 empecé a consumir mucha cocaína, y también tomaba alcohol. Para 2007 ya me drogaba todos los días”, repasa hoy, a los 29 años, con su voz grave y unos ojos de cielo que traslucen los escombros de aquel estrago. Usaba la cocaína para no comer, o para no dormir. Para ir a trabajar, para poder levantarse: “Entré en una vorágine; empecé a llegar tarde, a faltar. Después dejé el trabajo, ya no veía a mis amigas, y al final había días en que no volvía a dormir a casa”. La pendiente estaba trazada, y Carolina la transitó sin detenerse. Para que ella y su hermana menor tuvieran algún ingreso, sus padres abrieron un quiosco, que en poco tiempo se convirtió en parada preferida de varios consumidores de drogas. Se puso de novia con un pibe que también consumía, y su abuso de la cocaína se disparó a las nubes. Hasta que un día, el cumpleaños de su mamá, no pudo levantarse de la cama. Una década de mentiras, de engaños consentidos y excusas increíbles se derrumbó de golpe. Entonces empezaron las charlas sobre los efectos de las drogas, que “no eran tan malos”, y menos para ella que la tenía “controlada”. Impotente ante la degradación de su hija, Manolo arregló una entrevista en la Fundación Aylén, y logró que Carolina aceptara asistir a ella: dos días después la internaron para un tratamiento de recuperación. Fue en abril de 2009. Respaldada por la ceguera de su mamá Cecilia, Carolina fue alejándose de las miradas torvas de Manolo. “A mamá le decía ‘mirame, estoy perfecta’, y en ese mismo momento estaba drogada.” “Yo estaba en otro mundo”, admite Cecilia, la mirada clavada en su taza de café. “Por eso en aquel cumpleaños quedé destruida: el estrés de ese trauma me desató una artrosis reumatoidea, y durante un año no dejé de llorar”, dice, y rompe en llanto. “No lo podía asumir. Mi marido y yo somos blanco y negro: él muy exigente, yo muy permisiva”, explica. A su lado, Manolo hace gestos: “Yo aguantaba, porque si no tenía que pelearme con las dos, empezando por la madre. Cuando el problema estalla, las diferencias que existen entre los padres se acentúan. Y muchos terminan separándose”. Cecilia lo interrumpe: “Es duro admitir que ese pensar distinto ayudó a que pasara lo que pasó”. Otra vez Manolo: “Mi mujer no puede desconfiar de sus hijos. Yo sí, y así pude rescatar a Caro”. Su hija asiente: “Papá era el malo, a mamá le sacaba todo. En mi último tiempo con las drogas yo me daba cuenta de que él sabía algo, que me veía mal. Por suerte se me acercó, empezó a estar conmigo en el quiosco. Yo quería decirle que me estaba drogando con todo, pero no podía.” La dura voz de Manolo se resquebraja. “Siempre pensaba en una canción de José Luis Perales, en la que un marido habla del amante de su mujer, y cuenta el dolor de saberla en sus brazos. ‘Es un ladrón, que me ha robado todo’ , dice la letra. Bueno –solloza– ese amor era mi hija, y el ladrón un sobre chiquito de polvo que te da infelicidad”. Silencio. Manos inquietas. Lágrimas. “El tratamiento fue durísimo, pero fui saliendo”, se enorgullece Carolina. “Hace un año empecé a trabajar en un banco, en noviembre me mudé sola, y si todo sigue bien creo que en unos meses me darán el alta definitiva”. Entonces se asomará al futuro, una noción que hasta hace un tiempo no figuraba en sus mapas. En ese futuro, espera, habrá un título universitario y una familia propia. “Perdí mucho tiempo, no puedo regalar más nada”, evalúa. “Hay gente que puede consumir drogas sin engancharse. Pero otros somos más débiles, y debemos asumirlo. Tenemos que pelear contra un demonio que tenemos adentro. Y esa pelea se da todos los días.”

Para los padres, la meta es acompañar el crecimiento

Para los padres, la meta es acompañar el crecimiento Por Susana Barilari Directora de proyecto cambio Qué difícil acompañar el crecimiento de un hijo adolescente. Ahora todo es distinto: en la adolescencia se ponen en marcha hábitos, conductas, y horarios diferentes a los de años atrás. Todos estos cambios corresponden a nuevos intereses, nuevos aprendizajes y nuevas necesidades de los jóvenes. Y estos nuevos aprendizajes los llevan a diferenciarse de los adultos: aunque ellos tal vez no lo saben, están en la sana búsqueda de su autonomía. Aquí comienzan los dilemas: ¿las nuevas conductas son peligrosas? Para nosotros lo son. ¿Las permitimos? ¿Nos oponemos? ¿Dejamos hacer sin intervenir? ¿Cuál sería el acompañamiento ideal? Para empezar, seamos claros: sí, siempre debe haber un acompañamiento. Se puede hablar y dialogar, compartir, discutir y disentir. De este intercambio quedarán algunos puntos más claros, pero lo fundamental es que, como “adultos conductores”, los padres seamos concientes de lo que podemos o no podemos aceptar de este mundo nuevo. Debemos transmitir claramente lo que consideramos de riesgo, aún sabiendo que los jóvenes llegarán hasta el límite en su experimentación: los cambios de conductas propias del crecimiento se confunden a veces con aquellas que son causadas por la ingesta de alcohol y otras sustancias. El gran desafío para padres y terapeutas es comprender los grandes cambios sociales del mundo de hoy sin perder de vista que los problemas, en su esencia, son siempre los mismos. El objetivo final es acompañar el crecimiento

“Yo nunca sospeché nada, y por eso perdí bastante tiempo”


Sin reparos, Verónica abre su casa y su corazón. Su casa, en un barrio privado de Del Viso, fue el escenario de la sorpresa más penosa de su vida. Su corazón, grande como un planeta, la obliga a contar su historia y la de su adorado hijo Moncho, para que todos los padres sepan cuánto cuesta abrir los ojos a ciertas situaciones, cuánto vale haber podido enfrentarlas con decisión y tenacidad. Algunas palabras visitan con insistencia sus labios atropellados: error, dolor, esfuerzo, gracias. “Moncho siempre fue muy tranquilo; lo que le costaba era adaptarse a los colegios: se distraía, se perdía. Durante años fuimos de un psicólogo a otro, y él que sonreía y decía ‘no puedo, a mí no me da’. Pasó por cuatro escuelas de doble turno, un ritmo muy exigente que no era para él. Cuando repitió octavo año del EGB y lo cambiamos a una escuela de jornada simple, empezó otra historia. Siempre fue muy amiguero, y también muy deportista”, sonríe Verónica. Ella y el papá de Moncho ya estaban separados cuando su hijo se incorporó a los ritos habituales de los chicos de los countries de la zona norte, sin que nadie en su familia los objetara: a los 12 años, “ir a boludear” con los amigos en la puerta de los cines Village de Pilar; a los 13 asistir a los bailes de matiné en el club de rugby SIC; luego, repetir la experiencia en los boliches de Pilar. “Dicen que los más chicos no les venden alcohol, pero es mentira”, advierte la mamá. Una tarde, Verónica vio a su hijo y algunos amigos cuchicheando detrás de los árboles del fondo, y sin saber por qué –asegura– estuvo segura de que estaban fumando marihuana. “Al día siguiente se lo dije y se puso como una pantera: ‘que te pensás, que voy a drogarme, y encima en mi casa’, decía a los gritos. Esa reacción me puso en alerta”, recuerda. Fue un shock. Pero el cachetazo llegó tres días después. “Le habíamos conseguido un trabajito en un taller de cerámica, y él estaba encantado. Gran error: esa semana lo fui a visitar y lo encontré muy drogado, me quería matar. Resulta que en el fondo del taller los dueños tenían una huerta en la que crecían dos grandes plantas de marihuana.” Al día siguiente, Verónica hizo lo que nunca: le revisó la billetera, los cajones y los bolsillos a su hijo. Había marihuana por todos lados. Aturdida y enojada, pero resuelta, le contó todo al papá de Moncho. “Hagamos algo ya”, coincidieron. Una suerte: pocas veces se da semejante sincronía entre los padres. “Un conocido nuestro tiene una Fundación de ayuda a adictos pesados, y nos aconsejó que lo lleváramos a “Proyecto Cambio”. Pero antes lo quería ver. Cuando le dijimos a Moncho se armó una violenta pelea, pero lo llevamos igual. Menos mal: nuestro amigo nos dijo que no perdiéramos tiempo, que nuestro hijo estaba listo para incorporar nuevas drogas”. Verónica habla sin titubear, pero un mínimo temblor aletea en sus dedos. “Después fui dándome cuenta de otros errores. Los fines de semana, Moncho me decía que iba a la casa de un amigo cuyos padres yo conocía, que después iban a salir, que se quedaba a dormir ahí… eran todas mentiras. Yo nunca sospeché nada, y así perdí bastante tiempo. El último verano antes de entrar a Proyecto, hace dos años, nos habíamos ido de vacaciones a Uruguay, y lo vi vivir de noche y dormir de día, todo el tiempo. Me pareció que era lo que hacían todos los chicos. Error total”, se castiga. “Después me enteré que a los 15 había empezado a tomar mucho alcohol, que poco después pasó al porro y que, aunque algunos de sus amigos también fumaban cada tanto, él no pudo zafar”. El tratamiento fue duro. Moncho tenía que ir a Belgrano todos los días, y su mamá, su papá, su hermanito de 10 años –hijo de otra pareja de Verónica que también quedó atrás–, sus amigos y hasta la nueva esposa de su padre debían acompañarlo. “A los pocos meses me entraron dudas. Pensé que lo de mi hijo no era tan grave, que podíamos estar exagerando. Por suerte el papá se puso firme. Después me di cuenta de que a los otros padres les pasaba lo mismo. Todos escuchábamos las mismas cosas. Todos teníamos el mismo hijo”, redondea, y por un segundo calla para que sus labios aprieten un cigarrillo. “Ahora soy una agradecida. Crecí mucho, tengo demasiado que festejar y que agradecerle a Moncho. Hoy me afecta cualquier maltrato, el no registro del otro. Y se ordenó el hogar: ahora comemos juntos, hablamos”. Hace tres meses Moncho terminó la secundaria, y ahora estudia Cine. También empezó a salir de noche algunos días, aunque no puede tomar ni manejar, y debe despertar a su mamá cuando llega a casa. Entonces charlan sobre cómo fue esa noche, cómo pudo disfrutarla sin emborracharse ni drogarse. Casi siempre los sorprende el amanecer

Dudas, preguntas y tests para hacer en familia

Dudas, preguntas y tests para hacer en familia Los especialistas y familiares de chicos usuarios de drogas consultados por Clarín enumeraron varias situaciones, diálogos y actitudes frecuentes y repetidas entre las personas que comenzaron a consumir sustancias. Algunos pueden parecer triviales, otros exagerados. Pero a cualquier padre o madre preocupados por sus hijos podrían decirles algo: Mi hijo (o hija) contesta mal, está raro y agresivo. En la escuela no se concentra, llega tarde, puede quedar libre. Empezó y dejó varias carreras o trabajos. No le preguntamos nada, para no molestarlo. Ya no se ve con sus amigos de siempre. Ahora lo llaman otros chicos, o anda solo. Cuando sale de noche, muchas veces vuelve borracho o con olor a alcohol, y no lo vemos bien. No siempre sabemos adónde fue o con quiénes salió. Cada vez con más frecuencia dice que se queda a dormir en casas de amigos, o encadena varios planes sin regresar al hogar. A veces no sabemos con certeza dónde puede estar. Como sus horarios son diferentes a los nuestros, cada vez almorzamos o cenamos juntos con menos frecuencia. No le ponemos muchos límites ni obligaciones para no abrumarlo. Mejor que sea libre. Estamos tranquilos: las veces que hablamos con él sobre las drogas nos dimos cuenta de que sabe mucho, y eso seguramente evitará que abuse de ellas. En su mochila había algo que desconocemos. Nos dijo que era de un amigo. Nos dijo que probó marihuana sólo una vez. ¿Será cierto? Aceptó que a veces consume drogas, pero dice que puede dejarlas cuando quiere. Le creemos, además ahora todos los chicos lo hacen. En la pareja no hablamos mucho de los comportamientos extraños que vemos en nuestro hijo, porque enseguida se arman discusiones.

Dónde pedir ayuda

Dónde pedir ayuda Proyecto Cambio. Rehabilitación ambulatoria de la drogadicción. Teléfono: 4553-6777 4554-2912. http://www.proyectocambio.com.ar/ proyectocambio@sion.com Benjamín Matienzo 2639, Capital. Fundación Aylén Teléfono: 4791-4691 http://www.aylen.org.ar/. Laprida 1340, Vicente López. Fundación FAITH. Orientación y diagnóstico ante el uso de drogas. Teléfono: 4803-7085 (de 14 a 18) http://www.faith.org.ar/. consultas@faith.org.ar. Lavalle 1747 Piso 8° D. SEDRONAR. Secretaría de Programaciónpara la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico. Teléfono del Centro de Consultas y Orientación: (011) 4393-4513/4538 (int. 112 o 133). cedecor@sedronar.gov.ar Sarmiento 546, Capital

sábado, 9 de abril de 2011

Collar de Cuentos



TRES UNICAS FUNCIONES- 1-8- Y 15 de ABRIL - VIERNES 21 HS

EL DESGUACE - ALMACEN CULTURAL-

MEXICO 3694 (Y COLOMBRES)

ENTRADA $30

Collar de Cuentos


Un espectáculo de narración oral sobre una idea original de Elba Degrossi, con textos de

Patricia Suárez, Clara Carrera y Elba Degrossi



“No casarse. Este contrato quedará automáticamente anulado y sin efecto si la maestra se casa; no andar en compañía de hombres; no pasear por las heladerías del centro de la ciudad; no viajar en ningún coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o su padre; no vestir ropa de colores brillantes; no teñirse el pelo; no usar polvo faciales, no maquillarse ni pintarse los labios….”

Contrato Docente, Año 1923

Segunda Temporada de “Collar de Cuentos”, un espectáculo de narración oral compuesto por cuentos de tres autoras argentinas: Patricia Suárez, Clara Carrera y Elba Degrossi; interpretado por Isabel Caban, Elba Degrossi y Myriam Poteraica.


Un recorrido oral sobre diferentes aspectos del mundo femenino, una pieza llena de historias que ansían por ser escuchadas. Una mujer obsesionada con su aspecto físico, dejando toda su líbido y energía para esa veta de la vida; una jovencita de Bosnia que debe migrar a la Argentina ; otra dama que, una y otra vez, es traicionada por su amado (el propio Domingo Faustino Sarmiento!); una pareja de eternos infieles; el amor y sus múltiples desencuentros; un curioso e imperdible contrato docente del año 1923; un infinito listado de “consejos” para las mujeres que vivían en la época franquista; y, también, diferentes consejos de la amada e inolvidable Dona Petrona.



“El deseo que me impulso a armar ‘cuentos...’ fue recuperar el valor de la palabra, como uno de los vehículos fundamentales de la comunicación entre las personas; y, también, recuperar el valor de las historias… aquellas que escuchaba cuando era pequeña, ya fueran cuentos, leyendas o fábulas que luego se me incorporaron como los tantísimos relatos que escuchaba de los labios de mis padres y de los programas radiales de aquella época. Imagino a un abuelo contando cuentos, a un joven relatando la historia de su primer amor, otros recordando historias familiares de su pueblo y mujeres chismorreando a la hora de la siesta. En su gran mayoría, los cuentos de este collar nos hablan de historias de mujeres, un terreno temático que siempre me apasionó y que, de algún modo, me invadió desde siempre”, comenta Elba Degrossi



Ficha Técnica: Interpretes: Isabel Caban, Elba Degrossi y Myriam Poteraica; Vestuario: Ana Rodíguez Quiroga; Interpretación Canciones: Miriam Poteraica; Arreglos Musicales: Jorge Diez; Puesta de Luces: Juan Freund; Idea y Dirección General: Elba Degrossi





Prensa: Silvina Pizarro. Tel.: 35325580 // 1550448132 // pizarrosilvina@gmail.com

lunes, 4 de abril de 2011

Encuento de la REDPIAFF de marzo : "Talleres de comunicación como prevención de violencia y adicciones"


Tuvimos el honor de que Silvia Lopez Espinoza y su marido Gustavo Lopez Espinoza compartieran con nosotros su perspectiva acerca de los "Talleres de comunicación como prevención de violencia y adicciones".


Les agradecemos mucho el grato momento y la generosidad y llanura con la cual compartieron sus experiencias y conocimientos!


Una síntesis (que pueden completar los demás asistentes)


-Los talleres llamados LECI, organización internacional dedicada a la psicoeducación mediante talleres de comunicación y desarrollo personal. Por ejemplo puntualizaron sobre el taller "LECI 1" que consta de varios encuentros (7-8) en los cuales se hacen diferentes actividades que permiten adquirir habilidades comunicacionales desde la acción, el ejercicio y la reflexión


-Esta experiencia se realizó en poblaciones diversas: en cárceles con presos, en escuelas, barrios, con diferentes clases sociales, edades -Lo coordinan animadores que pasaron por la experiencia, y se entrenaron en el tema, no necesariamente profesionales


-Estos talleres están relacionados con las perspectivas apreciativas del otro, la psicología positiva y con la valoración del peso que tienen determinadas palabras en la comunicación. Por ejemplo entre los presos hay muchas palabras cargadas de violencia. Y pocas que expresen sentimientos. Se hacen listas de estas nuevas palabras. Se promueve expresarse sin usar el "no"


-Cada uno escribe un "contrato" de algo que quieren cambiar, se les aclara que no se va a apuntar directamente a que esa situación se modifique. Esta cambiará como consecuencia de la adquisición de estas nuevas habilidades en la comunicación


- Una consigna (reconocimiento): le reconozco algo al otro valorándole algún aspecto (aunque recién lo haya conocido) acompañado con una gesto. Siempre hay algo bueno que se pueda encontrar en la otra persona


-Otro ejercicio (de la escucha): alguien presenta un problema, otro escucha, lo repite y ayuda a que el otro encuentre la solución. Un observador es testigo del como. Los tres pasan por los distintos roles. El que escucha expresa lo que intuye que siente el que cuenta el problema.


-Ejercicios para salir de hablar desde el "tú" para hacerlo desde "yo" (que implica no juzgar, culpar, ni centrarse en la responsabilidad del otro, y así desresponsabilisarse uno)


-Todo esto lleva a que la persona se pueda parar sobre sus propios pies, afirmarse sobre sí mismo, que es lo que le va a permitir poder lograr una mejor comunicación con los otros (estando atento a símismo)


-Otros Talleres: Autoestima, Administración del tiempo, Perdón y reconciliación