sábado, 10 de diciembre de 2011

Jornadas de Cierre 2011 Proyecto Cambio-PIAFF




-padres adolescentes con abuelos-nucleares-reconstituidas-con algún miembro con enfermedad crónica-adoptivas-extensas.....



JORNADA DE CIERRE DEL AÑO 2011

CONVOCARON PROYECTO CAMBIO Y PIAFF




TEMA: "LAS FAMILIAS HOY"

del ideal a las diversidades

Hemos tenido un encuentro en el cual pudimos disfrutar con buen clima, humor y respeto, de un intercambio en cuanto a las diferentes miradas acerca de algunas de las familias que hoy conviven con nosotros.
Los tambores nos permitieron desplegar una serie de expresiones y sonidos colectivos que despertaban la sensación del compartir algo juntos y de que algo nos unía ahí.

Algunas reflexiones:

- Los ideales que parten de nuestra cultura de lo que tiene que ser una familia y un rol dentro de ella, lleva a resaltar el deficit mas que los recursos y las posibilidades.

-En los que trabajamos con familias es necesario permanentemente revisarnos como actuan estos prejuicios en nuestra manera de escuchar, relacionarnos e intevenir. Se están produciendo cambios que van mas rápido de lo que la mayoría podemos asimilar adecuadamente. Por eso es importante este tipo de intercambios.

-Cada tipo de familia es un mundo particular en el cual hay un proceso interno en el cual puede haber mas o menos aceptación, tolerancia y colaboración. Por el contrario cuando la dinámica interna es de autoritarismo, sometimiento, miedo, amenaza y silencio, surgen las problemáticas del abuso, de la violencia y otro tipo de manisfestaciones que llegan a veces a la consulta, a la instancia judicial-policial, o directamente no llega y se vive así o ya es tarde. En este tipo de familia se cierra el intercambio con el mundo exterior.

-Se habló de colaboración y co-contrucción sin partir de supuestos de "lo que debería ser": de los diferentes roles en familias ensambladas, distribución de funciones en padres adolescentes con los abuelos, trabajo en red con los organismos e instituciones coreespondientes en las familias con un mismbro en riesgo, por adicción, violencia, o trastorno alimentario. Familias con un mienbro crónico, la posibilidad de no sobrecargar a una sola persona.

-Se valoraron los conocimientos y experiencias de los propios protagonistas y miembros de cada familia particular. Que el saber profesional no inhabilite ni escatime los enormes recursos que tiene la gente. Tienen la experiencia y la vivencia para ayudarse y apoyarse.
El peligro es que los saberes teóricos no dejen ver la realidad de la persona, transformandose desde un pedestal en un modelo autoritario al que hay que someterse en nombre de una expertez, pero no terminan siendo adecuados a las necesidades de cada uno de los mundos y dinámicas familiares.




Que en el 2012 sigan resonando nuestros tambores!!!





Feliz año para todos!





18/12/20111 Marcelo Choclin

lunes, 5 de diciembre de 2011

“El modo en que nunca fuimos: las familias norteamericanas y la trampa de la nostalgia” De Stephanie Coontz (1993)





Síntesis del libro The Way We Never Were: American Families and the Nostalgia Trap, 1993, de Stephanie Coontz, bajada a Internet por su autora. *

De Stephanie Coontz, “El modo en que nunca fuimos: las familias norteamericanas y la trampa de la nostalgia” (1993)


* Traducción de Susana Tesone
Buenos Aires, Julio de 2004


El período que va desde fines de los ’70 hasta principios de 1990 fue de agudos retrocesos económicos en una serie de regiones e industrias, seguido de “recuperaciones” económicas y culturales que excluyeron a muchos norteamericanos y dejaron a los “ganadores” ansiosos e insatisfechos. El ingreso per capita creció; se crearon nuevos empleos; las mujeres y las minorías se movieron hacia nuevas carreras; los políticos extranjeros buscaron liderazgo en Norte América; el producto bruto nacional creció; las nuevas tecnologías hicieron florecer el boom del consumo en computadoras personales, videograbadoras y hornos de microondas; y los norteamericanos próximos a jubilarse estaban financieramente mejor que nunca antes. Sin embargo, más personas cayeron más profundamente en la pobreza; los proyectos de vida de los niños empeoraron por diversas medidas; y aún aquellos que se las arreglaron para mantener o mejorar su estándar de vida se sintieron más presionados por el tiempo y más precarios en sus logros que lo que recordaban haberse sentido en el pasado. Mientras los estudiantes chinos construían réplicas de la Estatua de la Libertad, los norteamericanos que pensaban sobre su propia sociedad elevaban más probablemente imágenes de los especuladores de Wall Street, logros educacionales disminuidos, campañas políticas negativas, aumento de la inmoralidad personal, violencia sin sentido, y fragmentación cultural.
La pregunta obvia era: “Si Norteamérica es tan rica, ¿por qué somos tan infelices?” Y la respuesta que tenía sentido para muchos era, “debido al colapso de la familia.”. Esta explicación también pareció responder dos preguntas relacionadas: “Si Norteamérica es tan rica, ¿por qué hay más personas pobres que las que había en los ’60? ¿Por qué nuestra juventud parece estar tan desesperada y enojada? La “crisis de la familia” se transformó en la clave para explicar la paradoja de la pobreza y la alienación en el medio de la abundancia.
De acuerdo a muchos comentadores “la raíz” de los problemas que enfrentan los norteamericanos a fines del siglo veinte es un “quiebre familiar epidémico”. Samuel Sava, director de la National Association of Elementary School Principals, culpa al “déficit parental” por la declinación de la educación americana. “Lo que más necesitan nuestros niños no es mejores maestros, textos, o currícula... no veremos una reforma escolar duradera hasta que no veamos una reforma de los padres.” Se dice que el divorcio y las maternidad fuera del matrimonio son las mayores causas de pobreza y desigualdad en la Norteamérica contemporánea. En su discurso sobre el estado de la Unión de 1992, el presidente Bush se quejó de que la crisis de las ciudades es producto de “la disolución de la familia”. Kate O’Beirne, de la Heritage Foundation, afirma que las personas de todas las vertientes políticas están entendiendo que los problemas de Norteamérica provienen del colapso de la estabilidad familiar y del trabajo ético.”
“¿Por qué lanzamos nuevas reformas escolares cuando ... la verdadera clave para el desarrollo educacional es si un niño viene de una familia bi-parental? ¿Por qué experimentar con programas anti-pobreza cuando ... el indicador más importante de pobreza es si hay dos padres en casa? En su lugar, los lazos y valores familiares fortalecidos son antepuestos como la principal solución a las dificultades económicas y a la malaria cultural norteamericana. “Suena muy simple para ser verdad, pero las estadísticas lo demuestran. El matrimonio es el medio para salir de la pobreza.” Y la llave para un matrimonio duradero es el compromiso familiar, la única respuesta segura para el creciente individualismo y fragmentación de la sociedad norteamericana.
Es un argumento poderoso, porque muchos de nuestros problemas familiares más trágicos giran en torno a niños que hubiésemos esperado que fueran mejor protegidos por sus amorosos padres. Uno de cada cinco niños norteamericanos – y casi uno de cada dos niños afro-americanos – vive en la pobreza; las proporciones son aún más altas entre niños por debajo de los seis años, que constituyen el grupo de más rápido crecimiento del índice de pobreza en Norteamérica. Poco menos de la mitad de todos los estudiantes de los últimos años de la primaria leen a niveles considerados adecuados para seguir aún moderadamente directivas complejas. Después de la disminución de las tasas del crimen entre 1980 y 1985, éste está creciendo de nuevo, con personas más jóvenes y violencia más salvaje involucradas. Cada año, más de dos millones de casos de abuso infantil fueron denunciados a las agencias de protección a la infancia; mientras algunas de estas denuncias son falsas o no demostrables, hay evidencia de que los casos reales de abuso exceden por lejos las denuncias. Siete millones de niños viven con un padre alcohólico; casi 1.2 millones de niños se fugan cada año de su hogar; y el suicidio es la causa principal de muerte entre los adolescentes norteamericanos. El número de jóvenes que viven en la pobreza abyecta – debajo de la línea de pobreza – ha aumentado, pero aún los jóvenes que provienen de antecedentes económicos más estables exhiben muchos de los mismos síntomas vistos entre los más pobres: alineación, cinismo, depresión, desesperanza, falta de conexión a los otros.
Sin embargo, la pregunta es cuántos de estos problemas son causados principalmente por los cambios en las formas y valores familiares, o podrían ser resueltos por intentos de “revivir la familia tradicional”. Sorprendentemente, la respuesta es pocos. Históricamente, los norteamericanos han tendido a descubrir una crisis en la estructura y estándares familiares cada vez que están en el medio de cambios fundamentales en la estructura y los estándares socioeconómicos. La crisis de la familia de hoy sigue a una importante reestructuración económica y política que se está dando desde fines de los ’60: el eclipse de los centros de empleo tradicionales, la destrucción de los empleos sindicalizados altamente remunerados hasta entonces, la expansión de la fuerza de trabajo femenina y minoritaria, y los dilemas crecientes del capitalismo de la seguridad social. Norteamérica ha visto un cambio importante en la organización del trabajo y su recompensa: los valores, formas y estrategias familiares que alguna vez coordinaron la vida personal con las antiguas relaciones de producción y distribución no armonizan con las tendencias económicas y políticas. En las crisis pasadas, como en ésta, tales desequilibrios causaron dolor y disrupciones en las familias, y las familias o los individuos reaccionaron a los cambios de maneras que algunas veces empeoraron las cosas, pero ni entonces ni ahora las crisis más grandes hubieran podido evitarse si sólo las familias se hubieran “esforzado más”.
Las primeras crisis familiares, al contrario de las actuales, tuvieron lugar en períodos en que la expansión de la productividad y el crecimiento de las instituciones políticas democráticas proveyeron una base para un optimismo a largo plazo sobre las tendencias sociales, a pesar de los desubicaciones del corto plazo. Si alguna vez tuvimos un optimismo a largo plazo en medio de un sufrimiento de corto alcance, hoy tenemos una desesperanza de largo plazo en el medio de beneficios de corto plazo. Esto hace tentador enfocar sobre algo lo suficientemente pequeño como para que parezca manejable: si no podemos fortalecer la infraestructura política y económica norteamericana, tal vez podamos al menos sostener/mejorar/mantener nuestras familias. Pero enfocar la atención sobre los arreglos familiares nos distrae de la investigación, los programas y las opciones más difíciles necesarias para retrotraer a las familias al equilibrio con las realidades económicas y políticas. Bajo las circunstancias actuales, el fortalecimiento de las estructuras y los valores familiares tradicionales va a ser una lucha muy difícil; y en la medida que tal fortalecimiento no cambie el contexto económico y social de la vida de la familia moderna, es poco probable que se solucionen los problemas que continuamente llevan a las personas a involucrarse en conductas personales que van en contra de muchos de sus valores familiares.

Culpar a la familia: una grosera sobresimplificación

Ciertamente, varios de los problemas que los norteamericanos enfrentan en los ’90 se exhiben en la disfunción familiar; muchas familias se involucran en comportamientos que disparan o exacerban la angustia económica y social por sus miembros individuales. Sin embargo, culpar por nuestras enfermedades a la crisis de la familia simplifica el tema y en última instancia lleva a una mentalidad de chivo expiatorio que es injusta e inútil.
Consideremos el tema de las familias monoparentales y la pobreza. Es cierto que la pobreza está desproporcionadamente concentrada en las familias monoparentales, especialmente las encabezadas por una mujer, pero el peso de la pobreza en Norteamérica no es causado por el tipo de familia. Aproximadamente el 48% de todas las familias pobres está encabezada por una mujer, pero ello no da cuenta del 48% de la pobreza, como las interpretaciones superficiales proclaman con frecuencia. Por el contrario, mientras el 36% de las familias a cargo de una mujer son pobres, las familias encabezadas por una mujer no son sinónimo de familias pobres. Mucho del crecimiento de las familias pobres encabezadas por mujeres “representa un recambio de las personas pobres en diferentes tipos de hogares más que un cambio en la pobreza causado por cambios en los hogares”.
Los economistas Christine Ross, Sheldon Danziger, y Eugene Smolensky estudiaron los índices de pobreza desde los ’40 hasta los ’80, luego aplicaron los índices de pobreza de 1980 por cada grupo estudiado a la composición demográfica de la población de 1940. Sus cifras mostraron que si no se hubieran producido cambios en la edad, raza, y género de los jefes de hogar desde 1940, el índice de pobreza en 1980 hubiera sido un 23% más bajo de lo que era actualmente. Pero esto deja todavía un 77% de pobreza que no está asociada con las transformaciones familiares. También sobredimensiona el efecto del cambio en los arreglos familiares de dos formas. Primero, incluye los factores de raza y edad que no están causados por la disolución de la familia. Segundo, asume que las personas que se mudaron a familias biparentales en los ’70 eran básicamente las mismas que aquéllas que estaban casadas. De hecho, sin embargo, la disolución matrimonial y la ilegitimidad ocurren desproporcionadamente entre sectores de la población que son más vulnerables a la pobreza de todos modos.
Un estudio del Census Bureau de 1991 halló que la familia promedio que cae en la pobreza después del abandono del padre ya estaba en dificultades económicas antes de su partida, con frecuencia debido a que el padre había perdido recientemente su empleo. El Panel Study of Income Dynamics de la Universidad de Michigan, que ha seguido una muestra representativa de 5.000 familias desde 1968, halló que solamente la séptima parte de las transiciones de la infancia a la pobreza a largo plazo estaba asociada con la disolución familiar, mientras que más de la mitad estaban ligadas a cambios en la participación o la remuneración en el mercado de trabajo. Pero probablemente las familias pobres se divorcien el doble que las otras.
Más aún, irónicamente, el descubrimiento de la pobreza uniparental en los ’80 realmente coincidió con un crecimiento en la pobreza biparental. Una mayoría del aumento de la pobreza en la familia desde 1979 ha ocurrido en familias con dos esposos presentes, con solamente el 38% concentrado en familias uniparentales; el porcentaje de pobres viviendo en familias lideradas por una mujer ha declinado desde 1978...
Ciertamente, es más probable que sean pobres las familias uniparentales que las biparentales y mucho más probable que permanezcan pobres durante períodos de recuperación económica, pero un análisis más ajustado sugiere que este hecho necesita ser explicado en sí mismo. No es un hecho inevitable de la naturaleza. Norteamérica, por ejemplo, tiene no solamente el índice más alto total de pobreza infantil entre las ocho democracias industrializadas occidentales recientemente estudiadas, sino también el índice más alto de pobreza entre niños en familias uniparentales, con la sola excepción de Australia. Una comparación cruzada a nivel nacional de los índices de pobreza dentro de tipos similares de hogares revela que “en el mejor de los casos las diferentes estructuras familiares juegan una pequeña parte en la pobreza absoluta más alta de los niños norteamericanos.”
La posición superior de las familias a cargo de mujeres en la Europa moderna es principalmente un resultado de políticas de estado más generosas hacia las familias con hijos, pero aún en sociedades donde el estado no interviene, no hay razón necesaria para que las familias a cargo de mujeres sean pobres. En las sociedades cazadoras del pasado basadas en el parentesco, por ejemplo, las mujeres y los niños tenían derecho a los recursos simplemente por ser miembros del grupo. No eran forzadas a que su sustento dependiera del mantenimiento de una relación particular con un hombre.
Aún en la moderna Norteamérica, la divergencia entre familias mono y bi parentales no ha sido siempre tan amplia como lo fue durante los ’70 y los ’80. En los ’40 y los ’50 la diferencia en la pobreza entre las familias mono y bi parentales era mucho más pequeña, y antes de 1969, el aumento en el número de familias a cargo de una mujer estaba acompañado por una disminución en la proporción de tales familias que vivían en la pobreza. Entonces tiene más sentido culpar por la pobreza relacionada con lo familiar a los factores económicos y políticos más amplios que ensancharon la brecha entre las familias mono y bi parentales que culpar por ello al divorcio o a la ilegitimidad per se. Uno de tales factores es la inflación que ahora hace difícil sostener a una familia aún con los salarios de un hombre. Las familias bi parentales modernas han evitado la pobreza solamente en la medida que ellas, también, han roto con los arreglos familiares tradicionales. Sin el trabajo de las esposas, el 60% de la población total de los Estados Unidos hubiera tenido pérdidas de ingresos reales entre 1979 y 1986, y el 80% de las familias de parejas casadas con hijos hubieran sufrido tales disminuciones. Más de una tercera parte de todas las familias bi parentales hoy serían pobres si ambos padres no trabajaran..
Otro factor son los sueldos discriminatorios pagados a las mujeres. Las trabajadoras mujeres en Norteamérica ganan alrededor de un 70% de los que ganan los trabajadores hombres. Mientras esto es un avance sobre el índice del 60% de los’60 y los ’70, la diferencia en los sueldos en Norteamérica se mantiene como una de las más grandes en el avanzado mundo capitalista. El promedio de ingreso de una trabajadora mujer trepa a u$s 22.000 por año entre la edad de 40 y 44 años. Casi la mitad de la mejora de las mujeres con relación a los hombres, se ha debido a la caída de los salarios reales de los hombres.” ...

La posición deteriorante de las familias jóvenes

Es más probable que las familias mono parentales se encuentren en la edad y grupos educacionales que, independiente del status familiar, han sufrido más desde los recientes cambios económicos. De acuerdo al economista Andrew Sum, de la Northeastern University, ‘la posición de ingreso relativo de las familias más jóvenes se ha deteriorado ... aguda y continuamente’ desde 1967. Sin importar su estructura, las familias con adultos en sus veintes eran mucho más probables de ser pobres en los ’80 que en las dos décadas previas. En 1963 el 60% de los hombres entre 20 y 24 años ganaban lo suficiente como para mantener fuera de la pobreza a una familia de tres miembros.; en 1984, sólo el 42% podía hacerlo.”
Puede hacerse una apreciación del stress económico experimentado por las familias jóvenes señalando que entre 1929 y 1932, durante la Gran Depresión, el ingreso per capita cayó un 27%; entre 1973 y 1986, el ingreso medio de las familias a cargo de una persona por debajo de los 30 cayó casi exactamente lo mismo. La caída llevó más tiempo que en la Depresión, y fue enmascarada por un aumento general en el ingreso per capita durante el período, pero eso de ningún modo niega la magnitud de las pérdidas sufridas por los norteamericanos jóvenes. De hecho, esto pudo simplemente hacer la declinación más difícil de entender y, por lo tanto, más desmoralizante.”
Dentro de la población joven, la parte del león de esta pérdida fue soportada por aquellos que menos podían afrontarla: aquellos con menos posibilidades y logros educacionales. Desde 1967, la demanda creciente por graduados universitarios ha sido ampliamente a costa de los graduados secundarios y de las deserciones. Los salarios reales para los trabajadores universitarios se han elevado, aunque no en forma pareja, pero solamente el 25% de la fuerza de trabajo tiene nivel universitario ...

Las familias modernas y el colapso del “sueño americano”

Los arreglos familiares que algunas veces erróneamente pensamos como tradicionales llegaron a ser standard para la mayoría de los americanos – y una meta realista para otros – solamente en la era posguerra. Los roles de género y las relaciones intergeneracionales que emergieron en este período fueron moldeadas por las inusuales alineaciones económicas y políticas descriptas en el capítulo 2. En los ’50 la pobreza era más elevada de lo que es hoy y no descendió agudamente hasta las iniciativas anti-pobreza de los ’60, pero al revés de los ’70 y los ’80, los índices de pobreza descendieron más que subieron, por lo que la perseverancia más que la innovación parecieron ser la ruta al éxito. La vida privada estaba lejos de ser idílica tanto para las familias pobres como las ricas, pero se promovía una sensación de optimismo y expansión de opciones por el ingreso sostenido en el ingreso real y por la efectividad de los programas de gobierno apoyando el crecimiento económico y la movilidad residencial.
Las personas podrían razonar, la vida puede no ser perfecta ahora pero podría mejorar; y la mejora tendría lugar dentro de la familia culturalmente aprobada. Entre 1949 y 1973, el hombre promedio entre la edad de 25 y 35 años vio elevarse sus sueldos reales en un 30% entre las edades de 40 y 50 años, mientras que las casas que una mayoría de esos hombres había comprado en sus primeros años de matrimonio continuaron aumentando su valor.”
Esta elevación impresionante del ingreso real durante los ’50 y los ’60, alimentada por la posición económica internacional privilegiada de Norteamérica, permitió a los Estados Unidos mirar con relativa ecuanimidad sobre un grado bastante alto de desigualdad económica. En 1963, el 90% de las familias tenía solamente el 36% de la riqueza total, mientras que el 60% tenía menos que el 10%. En el fondo, la desigualdad no era mucho menor que la de 1983, cuando el 90% de las familias tenía sólo el 32.1% de la riqueza total,
Pero mientras que la torta total – ingreso y riqueza – estaba creciendo más y más, la participación de las personas en la riqueza no era su preocupación urgente. Y durante los ’50 y los ’60, el crecimiento económico no aumentó la desigualdad, aún cuando hizo poco por hacerla desaparecer. Norteamérica entonces no vio grandes luchas por la redistribución de la riqueza, aún durante los programas contra la pobreza de los ’60. Las personas asumieron que cada generación viviría mejor de lo que lo habían hecho sus padres, y aún si los ricos conseguían porciones más grandes, el crecimiento económico y las políticas del gobierno llegarían eventualmente a todos..”
Sin embargo, desde 1973, prevaleció un clima económico y político bastante diferente. Alrededor de 1988 “el pago de la hora promedio de los trabajadores privados no de supervisión era más bajo que en cualquier otro año desde 1966, después del ajuste por inflación.”. Había habido una creciente disputa entre la ocupación y la escolaridad para grandes sectores de la población juvenil adulta. La mitad de los nuevos empleos creados en los ’80 pagaban un sueldo inferior que la poverty figure para una familia de cuatro. Hoy, solamente el 18% de la fuerza laboral no agricultora está sindicalizada, la mitad que en los ’50. El sector de más rápido crecimiento de la economía ha sido el de servicio, del cual sólo el 5% está sindicalizado (bajó del 15% en 1970); la parte de más rápido crecimiento de este sector (en realidad de toda la economía) es la de trabajo part-time.”
El número de trabajadores part-time involuntarios creció un 121% entre 1970 y 1990, de acuerdo con el Bureau of Labor Statistics. Los salarios por hora de tales trabajadores son sólo el 60% de los de los trabajadores de tiempo completo. Sólo el 22% de los trabajadores part-time están cubiertos por un seguro de salud patrocinado por el empleador, comparado con el 78% de los trabajadores de tiempo completo. Entre Julio de 1990 y Julio de 1991, uno de cada cinco norteamericanos experimentaron un recorte en la paga de bolsillo, una reducción en las horas extras, o un aumento en las primas de sus seguros médicos.”
Esta declinación en las expectativas de trabajo, salarios reales, y beneficios no es sólo un fenómeno temporal causado por una sobre oferta de trabajadores resultado del baby-boom o que será resuelto automáticamente por un crecimiento económico renovado. La generación post baby-boom, más pequeña, ha ingresado al mercado de trabajo, pero más que encontrarse a sí misma en un mercado de vendedores, han encontrado que sus ingresos reales son aún más bajos que aquellos de sus predecesores. “Las proyecciones de empleo ahora sugieren que en el año 2000 los trabajadores norteamericanos pueden necesitar más educación para calificar para empleos, por los que les pagarán menos.” Aunque las tasas de desempleo cayeron durante la segunda mitad de los ’80 y el número de millonarios se incrementó, el crecimiento económico estuvo basado principalmente en la especulación financiera por encima de todo y en la multiplicación de empleos de bajo salario en la base. Las “recuperaciones” de los ’80 hicieron poco para elevar los estándares de vida a lo largo de la línea. En su lugar, los promedios en aumento oscurecieron los ingresos polarizados. En 1987, después de cinco años de recuperación de la recesión de 1982, la desigualdad era mayor que la más alta de esa recesión y mucho más grande que en 1973. El índice de pobreza fue más alto que el de una década anterior, y el 20% más pobre dela población estaba viviendo de ingresos que eran más bajos que lo que habían sido en 1979.
Una consecuencia de todo esto es que se hizo más difícil para la generación actual alcanzar la casa en los suburbios, que fue una parte integrante del sueno norteamericano de posguerra. La proporción de ingresos de una familia joven requerida para pagar el capital e intereses de una casa de mediano precio aumentó desde aproximadamente del 16% en los ’50 y los ’60 hasta un 26% en 1983. Cuando esta estadística se pone en términos del tradicional miembro proveedor de la pareja, el cambio se hace aún más crudo. En los ’50 y los ’60 se necesitaba entre un 15 y un 18% del ingreso promedio de un hombre de 30 años para pagar el capital e interés de una casa de mediano precio. Para 1973, se necesitaba el 20% de su ingreso, y para 1983, se necesitaba más del 40%. Una educación universitaria hace descender este porcentaje, pero el arancel universitario ahora requiere el 40% del ingreso familiar, del 29% requerido en 1970.
El estancamiento de los sueldos ha cambiado inmensamente el curso de la vida de los hombres. Cuando en el período previo los hombres jóvenes habían visto duplicar sus ingresos a medida que pasaban de los 25 a los 35 años, los hombres que tenían 25 en 1973 vieron crecer sus sueldos solamente el 16% en los próximos diez años, mientras que los hombres más grandes pasando de los 40 a los cincuenta vieron reducirse sus ingresos en un 14%. Los investigadores del Dartmouth College y la Hofstra University proyectan que solamente el 35% de los hombres que tendrán entre 25 y 35 años en el 2000 tienen una oportunidad de conseguir un trabajo mejor que sus padres.
Las vidas de las mujeres también han cambiado, aunque de maneras más complicadas. El promedio de los sueldos reales de las mujeres, al contrario de los de los hombres, crecieron modestamente durante las pasadas dos décadas. Aún cuando el 75% total de los trabajadores hombres vieron caer sus salarios reales entre 1979 y 1985, solamente el 25% total de las trabajadoras mujeres estaba en el mismo barco. La contribución de las esposas al ingreso del hogar parece dejarles más que decir en los temas familiares (seems to leave given them more say in family affairs ¿?); su crecimiento en los sueldos reales también les ha hecho más facil abandonar una relación insatisfactoria, aunque no sin dificultad. Pero la mejora económica relativa de las mujeres no es una victoria feminista ni un ataque a los hombres. Las mujeres no han alcanzado de ninguna manera la paridad con los hombres en el trabajo, y no los están reemplazando en él. Casi el 50% de las mujeres trabaja en ocupaciones que son femeninas en más del 80%; el 71% de los hombres todavía trabaja en empleos que son masculinos enmás del 80%. La mayor parte de la declinación en la segregación por sexo se debió al ingreso de los hombres a empleos tradicionalmente femeninos (como por ejemplo operadores telefónicos y auxiliares de vuelo), más que al revés. Es mucho más probable para las mujeres que sean forzadas a hacer trabajos part-time: el tener múltiples empleos se incrementó entre las mujeres en un 500% entre 1970 y 1989, comparado al aumento del 20% para los hombres.
El filósofo Alan Wolfe destaca que el “ciclo de vida moral” de la mayoría de las familias en la Norteamérica de posguerra estuvo basado en el supuesto de una trayectoria común en alza, estrechamente conectada al status familiar. Los jóvenes que dependen de los adultos progresarían a través del sistema a un status más alto a me diana edad, logrando un casa para la familia que les brindaría seguridad en su vejez; la solidaridad comunitaria se alcanzaba a través del hecho de que la mayoría de los vecinos experimentaban los mismos ritos de pasaje, de modo que las familias jóvenes compartirían el cuidado de los niños y las actividades escolares mientras que las parejas mayores podrían esperar ser auto-suficientes; los roles de género estaban menos basados en principios bien pensados que en el simple hecho de que tanto el marido como la esposa obtenían logros del matrimonio que no obtendrían fuera de él. Pero este modo de organización familiar, comunitaria y de género estaba basada en el sueldo, el trabajo, y las condiciones de vivienda que dejaron de prevalecer en los ’70. Y entonces los valores asociados con estos roles no pudieron sostenerse cuando los incentivos económicos detrás de ellos dejaron de operar.

Polarización económica, reajuste personal, y la resolución/desemarañamiento de la red de seguridad social

Los efectos inmediatos de la disminución en los ingresos reales en las pasadas dos décadas fueron menos catastróficos estadísticamente que personalmente. A través de los ’80, muchos indicadores económicos se mantuvieron bien. A pesar de la disminución en los sueldos reales de los hombres, por ejemplo, el ingreso real de la mayoría de las familias se mantuvo bastante estable, y el ingreso per capita dentro de ellas realmente creció un 11%. La razón por la que la declinación económica no siempre se mostró en los promedios económicos fue que los norteamericanos jóvenes preservaron muchas estratagemas del sueño económico de la posguerra sacrificando muchos aspectos del sueño familiar de la posguerra. Cada vez más las personas jóvenes pospusieron el matrimonio y disminuyeron su fertilidad. A mediados de los ’80, más de los dos tercios de todas las esposas jóvenes trabajaban, comparados con menos de la mitad a fines de 1973. En 1989 el 79,3% de todos los compradores de casas provenía de hogares con dos ingresos.
A medida que las tasas de nacimiento cayeron y creció la participación laboral de las mujeres, el ingreso per capita se elevó aún cuando el ingreso por trabajador se detuvo o disminuyó. En los dos quintos (two-fifths) de las familias norteamericanas más pobres, el aumento en el ingreso de las mujeres fue menor que la disminución en las ganancias de los varones, de modo que el ingreso familiar cayó. Para las familias en the middle two-fifths, los aumentos de las mujeres en sus ingresos eran suficientes para superar ligeramente la disminución en los sueldos reales de los hombres, así que estas familias hicieron mejoras económicas modestas, al precio de dedicar mayor número de horas al trabajo. Pero en el 20% más rico de las familias, tanto los ingresos del hombre como de la mujer aumentaron significativamente. Estos hogares dieron cuenta del 80% del aumento en el ingreso familiar entre 1979 y 1987. En toda lo población, más o menos, las familias con dos ingresos y con 0 a dos hijos superaron a las de un padre solo o dos padres con un mayor número de hijos. Como las familias pequeñas de dos ingresos se transformaron en el tipo mayoritario, el sueño económico norteamericano parecía vivo y bueno para muchos; lo que parecía estar en problemas era el sueño de la familia norteamericana.
Los ajustes familiares requeridos para sostener el sueño económico norteamericano puso a muchos norteamericanos en una atadura (bind) personal y expuso los límites de las solidaridades sociales de posguerra. Las familias que eligieron posponer el nacimiento de los hijos o reducir el tamaño de la familia eran ambivalentes sobre su decisión; ellas no sentían necesariamente que estaban expresando una “Libertad nueva” o alejándose de las obligaciones familiares. Las parejas de dos sueldos con hijos estaban contentas de poder comprar una casa más grande y algunos de los nuevos items de consumo diseñados para el confort de las familias ocupadas; aunque mantener su estándar de vida producía una presión máxima en el tiempo, precisamente en el período de sus vidas en que podrían haber usado el tiempo extra fuera del trabajo. La familia, la escuela y las relaciones comunitarias eran más difíciles de mantener, así como que más miembros de la familia trabajaban más horas para mantener estándares de vida que se elevaban a un ritmo más modesto que dos décadas atrás.
Los resentimientos entre miembros de diferentes cohortes ocupacionales y educacionales así como entre los tipos alternativos de familias crecieron. Durante los ’70, muchos jóvenes graduados universitarios descendieron por las laderas del empleo, pero se las arreglaron para mantenerse en un escalón relativamente alto empujando a trabajadores menos educados “a empleos todavía más bajos o completamente fuera de la fuerza laboral”. Las familias con dos sueldos añoraban simplificar sus vidas sintiendo sin embargo que estaban atrapadas en una rutina de la que ninguno de los dos padres podía salirse; se criticaban por estar demasiado apegados a su estándar de vida, pero sin embargo culpaban por la pobreza y la disminución de la productividad a las personas que no tenían la misma ética del trabajo que ellas. Las familias de un solo sueldo o las de dos con más hijos resentían de su relativo empobrecimiento comparadas con aquellas que aparentemente habían abandonado los valores familiares tradicionales: ‘Ya es de por sí difícil competir con los vecinos bajo circunstancias normales, pero cuando los dos padres trabajan eso se hace virtualmente imposible.’
Las familias bi-parentales estaban horrorizadas por el aumento de las madres solteras entre los más pobres de los pobres, pero el stress de “equilibrar” el trabajo pago, el de la casa, el cuidado de los hijos, y el costo de vida en aumento crearon nuevos riesgos de disolución en sus propias relaciones conyugales. Los investigadores estiman que las presiones por mantener una familia con dos sueldos agregaron dramáticamente tres semanas de trabajo full-time al trabajo pago y no pago de cada padre en las familias con dos ingresos y dos hijos. Este aumento hizo que ambos padres se sientan recargados. Los hombres sintieron que habían hecho una cantidad de ajustes a los nuevos roles de género, y así fue en comparación a sus conductas previas. Al mismo tiempo, el fracaso en el aumento de las tareas domésticas de los hombres para seguirle el paso al aumento del trabajo pago de las mujeres hizo que las mujeres se indignaran cuando los hombres se congratulaban por las nuevas tareas que habían asumido: Un estudio halló que la presencia de los hombres en una casa, por lo menos a fines de 1981, creó alrededor de ocho horas semanales de trabajo adicional para las mujeres – casi tres semanas de trabajo impago por año -, un estudio más reciente halló que los hombres habían incrementado su participación en las tareas del hogar, pero aún así, las mujeres con hijos tenían todavía menos tiempo libre cuando estaban casadas que cuando no lo estaban. Una mujer “racional egoísta” podría haber sido perdonada por preguntarse si el matrimonio valía la pena o más bien era un problema; así, sin embargo, pudo haberlo sido un hombre, especialmente a la luz del aumento en los estándares de vida disponibles para un padre divorciado que no tiene la custodia, deseoso de utilizar la ley, o la falta de ella, en su propio beneficio.”
Los debates sobre los costos y beneficios personales se hicieron discutibles para muchos norteamericanos a fines de los ’70 y los ’80. Sólo la mitad superior de la población podía plantearse considerar el “descenso de categoría” y la “reorientación de prioridades” que produjeron tantos temas para el cine y las revistas a fines de los ’80; muchas familias no pudieron enfrentar el balance entre ingreso “extra” frente al tiempo “extra” ...
Los cambios en los comportamientos económicos durante los ’70 y ’80 fueron complementados por cambios importantes en el funcionamiento de las relaciones comunitarias y políticas. Entre 1981 y 1991 los políticos cambiaron la carga impositiva del ingreso pasando a impuestos por planilla más regresivos, recortes en los servicios políticamente vulnerables, posponiendo inversiones a largo plazo aparentemente menos urgentes en la capacidad productiva o la renovación del capital social tal como viviendas sociales o transporte público.
A medida que el desempleo creció en los ’70 y ’80, la proporción de norteamericanos desempleados cubiertos por seguro de desempleo disminuyó . . . En 1990 solamente cuatro de cada diez de aquellos oficialmente clasificados como desempleados – personas que buscaban trabajo activamente – recibieron beneficios. El número de norteamericanos sin cobertura de seguro de salud privada o pública se elevó de 30.9 millones en 1980 a 37.1 millones en 1987 . . .
Mientras otros países enfrentaron reveses económicos similares, ellos los amortiguaron con servicios sociales y apoyo a programas de empleo y educación. Entre otras naciones industriales, los Estados Unidos tienen los menores impuestos y políticas de transferencia para crear seguridad de ingreso. Además, el gasto público y privado en educación pre-escolar, primaria y secundaria en Norteamérica es más bajo que en la mayoría del mundo industrializado.” . . .
Los efectos de estos cambios sobre las familias han sido dramáticos. Hoy, uno de cada ocho niños norteamericanos está hambriento. El 26% de las mujeres embarazadas no tienen cobertura de salud en los primeros meses de su embarazo; el 15% no se las ha ingeniado para obtenerla al momento del parto . . .

El tema de los valores en las familias modernas: la erosión de la conciencia norteamericana

En la familia norteamericana no todos los problemas están causados por la penuria económica. En Norteamérica los niveles de insensibilidad, enojo y egoísmo son más altos de lo que podrían explicarse sólo por la pobreza; el auto-centrismo, la falta de empatía y la violencia no son un concomitante necesario de la falta o carencia, como se evidenció en las instancias de solidaridad y cooperación durante la Gran Depresión y en las áreas pobres que sí apoyan una vida comunitaria viable. Los liberales no son convincentes cuando culpan solamente al desempleo del crimen y la violencia: Ser pobre no fuerza a un hombre a violar y apuñalar a una mujer, ni aún a robarla. Los conservadores tampoco son convincentes, cuando sugieren que el problema reside en el fracaso de los padres para inculcar “valores de clase media” o en la corrupción de tales valores por “la cultura de la calle”, las drogas, la música rap, o por cualquiera sea su cuco del momento.
Mucha de la histeria acerca de los “desclasados” y la extensión de los valores “extraños/ajenos” es lo que los psicólogos llaman proyección. En lugar de enfrentar las tendencias alarmantes en nosotros mismos, las atribuimos a algo o alguien externo –traficantes de droga, madres solteras, adolescentes de las zonas más deprimidas del centro de la ciudad, o cultos satánicos. Pero culpar a los “desclasados” (underclass) por las drogas, la violencia de la explotación sexual, el materialismo, o la auto-indulgencia deja a los “over class” liberados del problema/situación. También ignora la particular y amoral retirada del compromiso social, que ha sido una marca registrada de la respuesta de la clase media a los recientes dilemas sociales.
Los valores de los norteamericanos, para bien o para mal, atraviesan la raza y la clase. Las personas más pobres y desempleadas desean “llegar” en la sociedad de clase media de la misma manera que lo hacen los norteamericanos más acomodados. La erosión del deber cívico, la disminución del atractivo de la gratificación postergada, y el crecimiento del cinismo en Norteamérica no son únicamente de los pobres, de las minorías, o de las personas que rechazan la “tradición”. Ellos están construidos por la corriente dominante de la respuesta cultural a las tendencias económicas recientes. Nuestros jóvenes no tienen que buscar en ningún así llamado “desclasado” a fin de aprender que la postergación de la gratificación es para tontos. Esa lección es llevada a casa por los especuladores de Wall Street, los bandidos HUD (¿), los asaltantes corporativos, y los criminales S&L (¿). Cualquier púber sabe que ese norteamericano tiene una chance mejor de ganar una fortuna cometiendo un crimen o algún acto verdaderamente sórdido, y vendiendo luego a los medios de comunicación los derechos para la historia, que trabajando duro en un trabajo de poco valor.
La analogía exacta de los Crips and Bloods, con sus remeras Gucci y sus zapatillas Nike Aire, son los “Amos del Universo” descriptos por Tom Wolfe en su Bobfire of the Vanities (La Hoguera de las Vanidades). Pero el crítico cultural Mike Davis también dirige nuestra atención a los paralelos inquietantes entre la exclusividad territorial de las bandas juveniles y la de las asociaciones de dueños de casa de clase media. Estos últimos, por supuesto, no inician normalmente la violencia, permaneciendo defensivamente detrás de sus señales de seguridad de “respuesta armada”, aunque pelean sus propias amargas batallas territoriales y exhiben la misma clase de calculador interés en sí mismos cuando palntean “no en mi patio trasero”. Lo que ambos grupos tienen en común es su aparente inhabilidad para reconocer la humanidad de aquellos que no pertenecen a su propia “banda” o “estilo de vida”. Al faltar este más amplio sentido de comunidad y conexión, “los chicos de todas las clases y colores se aferran a la “gratificación inmutable” –aún si están preparando el camino para una auto-destrucción asegurada.
Las presiones en contra del compromiso ejercidas por el individualismo y el consumismo norteamericano tradicional fueron muy magnificadas en los ’70 y los ’80 por las formas en que los cambios socioeconómicos y políticos exacerbaron la desigualdad y eliminaron la mayoría de las recompensas que solían estar asociadas, aunque imperfectamente, con el trabajo duro, la austeridad, y el planeamiento. Aunque la mayoría de los norteamericanos trabajó cada vez más duro para permanecer en el mismo lugar o aún quedarse atrás, algunos norteamericanos sí que lo lograron. Entre 1979 y 1986, el 82% de todo el crecimiento del ingreso fue a parar a la quinta parta más alta de la población. Medido en dólares constantes, el 5% más alto de los hogares incrementó su ingreso después de deducidos los impuestos en un 60% entre 1977 y 1988, y el 1% más alto lo aumentó en un 122%. El fracaso de las tasas impositivas para poder seguir este crecimiento costó al tesoro 75 billones de dólares en ingresos.” . . .
Una parte de este aumento en la desigualdad se debió al aumento de la prevalencia de familias de dos ingresos entre el 20% más alto de la población, en donde los sueldos reales continuaron elevándose. Pero aún entre los privilegiados, los beneficios fueron desproporcionadamente a los más altos, y tuvieron que ver más con intereses, dividendos, tax shelters, y aumentos de capital que con el trabajo. La mayoría de los nuevos ricos no provinieron de los que estudiaron mucho, ahorraron diligentemente, inventaron una mejor trampa para ratones, o trabajaron más horas. Mas bien, representaron un barajar de activos de papel y la adquisición de “riqueza instantánea” cuando los índices fluctuantes de retorno en los mercados financieros hicieron que ciertas inversiones fueran repentinamente exitosas. Muchas de las nuevas fortunas en los ’70 y los ’80 fueron hechas por atletas y animadores; otras fueron ganadas por personas que jugaron a la lotería, dando lo que el economista Lester Thurow llama “un paseo al azar” a través de la bolsa –aunque unos pocos mejoraron sus probabilidades por el uso indebido de información privilegiada y confidencial para operaciones bursátiles.”
Los inflacionarios ’70 y los especulativos ’80 confundieron los tradicionales supuestos de que las ganancias financieras dependen de los aumentos en la riqueza real, la productividad y los empleos. Como señala el escritor de negocios Peter Drucker, “la economía real de bienes y servicios y la economía ‘simbólica’ del dinero, el crédito y el capital no están más estrechamente ligadas la una a la otra.” La riqueza ya no parece tener mucha conexión con producir nada. . .
Los políticos, mientras tanto, han evitado permanentemente estos temas. Cuando se atacan unos a otros, es siempre por escándalos o acusaciones personales. Cuando “retoman el camino”, es dando tranquilidades sin sentido de que Norteamérica es “todavía número uno”. Como comentó una vez el novelista Eric Ambler, en una civilización enferma “el prestigio político no es la recompensa al diagnosticador más perspicaz sino al hombre que tiene un buen trato con los enfermos.””

Cinismo y egocentrismo: no solamente un asunto familiar

La visibilidad en aumento de las desigualdades económicas y sociales, y la negativa de los políticos para encararlas, no pueden sino producir cinismo y comportamiento egoísta. Las personas que atribuyen los aprietos económicos y sociales contemporáneos al deterioro de los valores familiares dan como ejemplo la resistencia de los norteamericanos más pobres a comprometerse a largo plazo a “avanzar desde abajo” a través de empleos de bajos sueldos y status. También sacuden sus cabezas ante la tendencia de la generación del baby-boom a pedir préstamos o disminuir sus ahorros a fin de mantener los estándares de vida. Por ejemplo, generó mucha ansiedad el bien conocido estudio de la revista Time de 1986 que halló que los baby boomers estaban mucho menos deseosos de “hacer sacrificios” por el futuro que lo que lo habían estado sus padres. Menos mencionado es el hecho de que las tendencias económicas y políticas de las pasadas dos décadas han disminuido la posibilidad de avanzar desde abajo en la ladera del empleo y la racionalidad de hacer “sacrificios” por el futuro. Muchos de los empleos como obrero de fábrica de bajo status que alguna vez ofrecieron una movilidad económica módica desaparecieron en la reestructuración económica desde 1973, la inflación de los alquileres fue mucho más rápida que las tasas de interés sobre los ahorros, haciendo parecer casi tonto apretarse el cinturón y ahorrar para una casa; las personas que compraron “más allá de sus posibilidades” en los ’70 fueron recompensadas cuando el mercado se disparó a principios de los ’80.
Pero la impresión generalizada de que los norteamericanos estaban en una “euforia de compras” en los ’80 no está apoyada por los hechos. Es verdad que la deuda interna creció rápidamente en relación al ingreso interno desde mediados de los ’70 hasta principios de los ’90, pero para las familias del 80% más bajo en la distribución del ingreso, la mayor parte de los préstamos fue para enfrentar aumentos reales en los costos de vida, especialmente para alquiler, más que por un abrupto incremento del gasto en consumo. Solamente aquellos ubicados en el 20% más alto son los que parecieron haber tomado préstamos para la especulación financiera y la expansión del consumo. Y, aún aquí, parte de este comportamiento fue resultado de la inseguridad más que de una pura codicia. La consolidación corporativa redujo mucho el número de empleos directivos disponibles en los pasados quince años, mientras que la combinación de la inflación en los precios de las casas y el prolongado estancamiento significaron que aún las familias ubicadas en la mitad superior de la distribución del ingreso “sintieran que no estaban viviendo tan bien como lo habían hecho sus padres.”
El verdadero atracón de consumo lo constituyeron las corporaciones que se involucraron en compras de valores por tres trillones de dólares, reduciendo simultáneamente su gasto en investigación, desarrollo, y bienes de capital, y el gobierno, que triplicó la deuda nacional en diez años, aún cuando se cortaron subsidios a la educación y otras formas de capital social. Si las familias norteamericanas modernas pusieron algunas veces el consumo personal por encima del bienestar de sus hijos, muy pocas tienen tal distorsión de “valores” como la que tiene el gobierno nacional: La carga de la deuda federal había alcanzado más del 180% del PBN a fines de 1989, pero el gasto federal en la infancia en ese año aumentó el 1.1% del PBN.
Ciertamente, la buena disposición para tolerar tales desigualdades indica una cierta insensibilidad, por decir lo menos, hacia las nociones de equidad y justicia social. Esa insensibilidad aparece en las relaciones personales, incluyendo la menor disposición para hacer sacrificios por los hijos o los padres. Pero la “evasión del compromiso” está más impregnada aún por fuera que por dentro de la familia. James Coleman señala que la “destrucción del capital social” disponible para la juventud ha sido mayor en la comunidad que en la familia, a pesar del aumento en la paternidad soltera. Los compromisos familiares de las personas permanecen excepcionalmente fuertes en comparación a sus compromisos sociales, económicos y políticos. Mientras el 97% de los norteamericanos dicen consistentemente que la vida familiar y el tiempo con la familia están entre sus principales prioridades, las dos terceras partes de los que respondieron a una encuesta nacional publicada en 1991 informaron que no dedican ningún tiempo a las actividades de la comunidad; más de los dos tercios no pudo ni siquiera nombrar a sus representantes en el congreso. Casi todos los norteamericanos dicen que creen en las obligaciones de un padre hacia su hijo, pero el 62% de los adultos con estudios secundarios dijo que no pensaba que una compañía que quiebra tenga la obligación de pagar sus deudas. Tres décadas de encuestas mostraron que no disminuyó la fe de las personas en la familia, pero el cinismo sobre las elites políticas y económicas ha crecido sostenidamente desde 1966. Tal cinismo se deriva menos de las experiencias familiares y las creencias de las personas que de sus experiencias económicas y políticas. Las figuras públicas que mienten, roban, o arruinan las vidas de otras personas con frecuencia hacen más dinero con sus conferencias y sus memorias que si sus fechorías nunca hubieran sido expuestas. Si la falta de “reglas de salida” (exit rules) en el matrimonio permite a los padres desentenderse de las obligaciones que contrajeron, ¿qué hay entonces de la falta de reglas de salida en la economía? Las industrias norteamericanas han cerrado miles de fábricas, exportaron operaciones enteras al extranjero, y se mudaron de región en región buscando ventajas impositivas; mantuvieron como rehenes pueblos y estados, amenazando con mudarse a menos que se les den recortes de impuestos que efectivamente paralizan al gobierno local.
En Tarrytown, New York, por ejemplo, la exitosa campaña de General Motors para recortar sus impuestos por más de un millón de dólares por año forzó a las escuelas públicas a despedir trabajadores, eliminar nuevas de libros para las bibliotecas e insumos escolares, y posponer la reparación de los edificios. A fines de 1991 General Motors anunció que cerraría 21 plantas, dejando sin trabajo a 74.000 trabajadores, pero declinó revelar cuáles serían hasta ver qué concesiones ofrecían varios grupos de trabajadores. Muchas compañías han adoptado una política de personal “acordeón”, contratando muchos más trabajadores de los que necesitaban a fin de satisfacer una demanda inmediata, y así también despidiéndolos rápidamente. En Norteamérica los obreros reciben, en promedio, aviso de despido sólo una semana antes de perder sus empleos –solamente dos días cuando no hay detrás un sindicato. Más y más obreros y empleados medios se encuentran con que ya no tienen trabajo cuando vuelven de sus vacaciones.”
Otra fuente de cinismo y alienación social se relaciona con la creciente percepción de que Leona Helmsley estaba en lo cierto: “Solamente pocas personas pagan impuestos.” El porcentaje de los recibos de impuestos federales corporativos por impuesto a las ganancias descendió de un 32.1% en 1952 a un 12.5% en 1980 a un 6.2% en 1983. Cuando los impuestos por planillas de sueldos se comparan con el más progresista impuesto al ingreso, la tasa de impuesto marginal “verdadera” para una pareja que gana u$s 14.000 al año es ahora del 30%, más alta que la tasa del 28% para una pareja que gana u$s 326.000 al año. Aún después de la reforma impositiva de 1986, el porcentaje de ingreso pagado en impuestos por el 1% más rico de la población será un 20% más bajo en 1992 que lo que fue en 1977.
Las dos décadas pasadas también erosionaron nuestro sentido de solidaridad social. Los despidos en una región o industria abrieron nuevas ventanas de oportunidad en otras. Los contratos sindicales de dos niveles enfrentaron cada vez más los beneficios de retiro con los aumentos de sueldo, los nuevos trabajadores con los viejos, los temporarios con los permanentes. Los índices volátiles de interés y los booms inmobiliarios significaron que las familias con casas similares en la misma cuadra tenían pagos que variaban entre u$s 200 y u$s 1.000 por mes. Una familia podía poner un jacuzzi, pero otra apenas podía hacer frente a ir al cine a fin de mes. La percepción de una injusticia arbitraria que acompaña tales contrastes se fue intensificando durante los ’80 porque el precio de los grandes items discrecionales “cayó precipitadamente comparado con el costo de otros gastos de consumo.”, permitiendo a aquellos que ya tenían una ventaja inmobiliaria comprar mejores autos, estéreos y computadoras.”
En todo esto es difícil discernir un enemigo central. En su lugar, el sentimiento dominante es “¿por qué ellos?” o “¿por qué yo no?” Como las familias con hijos han caído más y más detrás de los hogares unipersonales y las familias más pequeñas, ellas resienten el “egoísmo” de las pequeñas familias de dos ingresos que parecen hacer pujar el precio de los alquileres y son los destinatarios favoritos de las fabricantes, publicistas, y programadores de televisión. Las familias de dos ingresos que postergaron el nacimiento de hijos, a su vez, se resisten a pagar impuestos más altos para ayudar a las familias que no supieron esperar. El bienestar social moderno es otro tema divisivo: penaliza a los receptores por trabajar, aunque en ningún Estado el cheque de la seguridad social saca a la familia del nivel de pobreza; aún así, inadecuado como es, la seguridad social brinda a los receptores protección médica y beneficios en los alquileres que no están disponibles para los pobres que trabajan. Todos estos factores, sumados a la brecha creciente entre ricos y pobres, han provocado envidia y discordia entre los vecinos, trabajadores, y miembros de la comunidad.
Norteamérica necesita más que revivir las obligaciones dentro de la familia. Como comentó el escritor de negocios Bob Kuttner, “necesita desesperadamente una economía basada en las nociones de obligación mutua y reciprocidad.” Las personas deberían poder esperar “que nuestro hogar, nuestra iglesia, el colegio de nuestros chicos, nuestro banco, y el lugar en donde trabajamos permanecerá en el mismo lugar.” Sin tales compromisos en la economía y en la política, la vida familiar seguirá siendo precaria, no importa cuántos valores familiares tratemos de inculcar. Cuando hay tan poca confianza y compromiso fuera de la familia, es difícil mantenerlos dentro de ella. Las viejas estrategias y valores familiares no parecen encajar con las nuevas reglas de juego.
No es que las viejas reglas fueran justas. Pero las dos décadas pasadas han ido reduciendo gradualmente la ilusión de la justicia, así como la esperanza de ganar según las viejas reglas, sin conducir a la construcción de ninguna nueva. El resultado es que algunas personas rompen las viejas reglas aún cuando adherían a esos valores, otros los cuestionan, y otros tratan desesperadamente de hacer que sus propias familias y seres queridos se rijan por reglas que no tienen un apoyo general en instituciones más amplias o en la prensa popular. En consecuencia, las personas se sienten llenas de problemas y dificultades, si no amargadas, y sobre todo, muy solas.
Solamente la familia, parece, se para entre los individuos y la total irresponsabilidad del lugar de trabajo, el mercado, la arena política, y los medios de comunicación. Pero la familia es menos y menos capaz de “simplemente decir no” a las presiones que emanan de todas esas fuentes, o aún de amortiguar su impacto en sus miembros. No sorprende, entonces, que muchas personas experimenten tendencias culturales recientes como una crisis de la autoridad parental y de las obligaciones familiares. No sorprende que deseen una renovación de los valores familiares que suavizarían esos estresamientos sociales. Pero muy pocas personas pueden sostener valores a nivel personal cuando ellos son contradichos constantemente en el trabajo, en la tienda, en el gobierno y en la televisión. Llamar a eso una crisis familiar es como llamar neumonía a una crisis respiratoria. Ciertamente, la neumonía afecta la habilidad de las personas para respirar suavemente, pero decirles que comiencen a respirar apropiadamente de nuevo, o aún instruirlos en técnicas respiratorias, no es curar la enfermedad.
La crisis de la familia de fines del siglo veinte en Norteamérica es de muchos modos una crisis más amplia de la reproducción social: un gran trastorno en el modo en que producimos, reproducimos y distribuimos las mercaderías, los servicios, el poder, las recompensas económicas, y los roles sociales, incluyendo aquellos de clase y género. El colapso de la interdependencia social y la obligación comunitaria en Norteamérica nos desafía a repensar nuestras actitudes hacia los períodos de dependencia que caracterizan la vida de todo ser humano, joven o viejo, dentro o fuera de una familia.
Para manejar las obligaciones y la interdependencia social en el siglo veintiuno, debemos abandonar cualquier ilusión de que podemos o deberíamos revivir la ampliamente mítica familia tradicional. Necesitamos inventar nuevas tradiciones familiares y encontrar modos de revivir las comunitarias más tradicionales, no sumirnos en la nostalgia por el pasado o no respetar a las personas cuyos valores familiares no sean como los nuestros. Hay buenas bases para esperar que podamos desarrollar tales nuevas tradiciones, pero sólo si descartamos las soluciones simplistas basadas en romantizar el pasado.
De hecho, dados los recientes cambios en la estructura de la ocupación y el ingreso, la fuerza laboral, el clima político, y el entorno cultural, algunos arreglos familiares tradicionales son parte del problema y no de la solución. Por ejemplo, el privatismo que se apoya en los lazos biológicos nucleares para asegurar el bienestar de los hijos, es un obstáculo para solucionar el problema de la pobreza infantil ahora que los cambios demográficos y económicos han redistribuido el ingreso por fuera de las familias que tienen hijos u otros que dependen de ellas. En los ’50, cuando casi el 70% de la población adulta tenía chicos en el colegio, podíamos apoyarnos en los intereses parentales privados de las personas para mantener en funcionamiento el sistema de educación. En ese período, los intereses privados de los padres se sumaban a una mayoría, creando un bloque pro-niño a pesar de nuestro fracaso para desarrollar una política social coherente para los niños. Hoy, solamente el 28% de la población adulta tiene hijos en la escuela. Mantener la tradición de la responsabilidad privada por los temas de los hijos asegura que la educación será un interés minoritario y alienta a los padres desesperados a atacar sus problemas aún más individualmente, algunas veces abandonando completamente las escuelas públicas.
A lo largo de las mismas líneas, investigación reciente sobre familias ensambladas sugiere que muchos de sus complicaciones provienen del hecho de que los tradicionales estereotipos y prejuicios negativos sobre las familias “rotas” prevalecen todavía entre los maestros, psicólogos, y el público en general, mientras que no han evolucionado nuevos valores, pautas o sistemas de apoyo para nutrir las fortalezas que muchas familias ensambladas sí exhiben. Este es un ejemplo verdaderamente contundente de enterrar nuestra cabeza colectiva en la arena de las explicaciones tradicionales, dado que casi la mitad de todos los matrimonios recientes son segundos matrimonios, aproximadamente un 40% de éstos incluyen hijos, y la mayoría de los conflictos en las familias ensambladas resultan de una aplicación inapropiada de los valores padres-hijos tradicionales en circunstancias nuevas.
Un ejemplo extremo de un tradicional racimo de valores que es parte del problema más que de la solución está basado en casos de incesto y otras formas de abuso sexual infantil. El abuso sexual de los niños es un asunto familiar abrumador, que reproduce relaciones de poder y de género muy viejas. El 92% de las víctimas de abuso sexual infantil son niñas; el 97% de los abusadores son varones. El incesto tiende a ocurrir en familias con fuertes pautas de dominio paterno y autoritarismo, junto con valores que refuerzan la sumisión de las mujeres y los niños. Los padres incestuosos se quejan con frecuencia del aflojamiento de las costumbres sexuales en la cultura más amplia. Tanto en la anorexia como en el incesto, un destacado psicólogo señaló recientemente que “notamos una reducción de la joven o mujer total a sus partes ... La anoréxica siente que ella no es nada más que sus muslos y sus nalgas; el abusador sexual también ve a la joven como poco más que eso. La anorexia y el incesto están apoyados por un sistema social que hace uso de la fragmentación femenina de muchas maneras.” La investigadora feminista Judith Herman sugiere que el incesto manifiesto es “sólo el punto más lejano de un continuum –una exageración de las normas familiares patriarcales, no un punto de partida de ellas.”
En cualquier caso, el incesto y el abuso sexual revelan el lado patológico de un enfoque excesivamente privatista de la familia. La familia abusiva tiene típicamente una “rígida frontera entre la familia y el mundo externo” y una fuerte creencia de que el poder del hombre dentro de su familia no está sujeto a vigilancia o chequeo. Los padres incestuosos y los padrastros “tienden a estar aislados socialmente y a tener una orientación intrafamiliar.”
Las esposas y los niños golpeados brindan otros ejemplos de cómo los valores tradicionales pueden andar mal. John Demos cita estudios que muestran que las familias abusivas están marcadas por “una competencia constante acerca de quién será cuidado”. Esto sugiere que el abuso es a veces una extensión de las demandas de privacidad, intimidad, y realización individual a través de la familia. Los golpes ocurren con frecuencia en las partes más privadas de la casa; tienden a ser disparados por demandas muy tradicionales de servicios domésticos por parte del hombre y perpetuados por respuestas más pasivas que asertivas por la mujer.
Los hombres que instituyen la violencia contra las mujeres tienden a sostener visiones de las prerrogativas masculinas “pasadas de moda” . En realidad, la tradicional función masculina de “proteger” a las mujeres contiene semillas de violencia en contra de ellas – algunas veces “por su propio bien”; algunas veces por la frustración de no poder extender las protecciones esperadas; algunas veces por la furia ante la mala disposición de una mujer a aceptar “protección” en una instancia particular. La violencia femenina contra los niños, además de violar las normas tradicionales de paciencia y compasión maternal, tiende a sostener valores muy tradicionales sobre la centralidad de la maternidad en la identidad de las mujeres: Estos valores las conducen con frecuencia a criar hijos que no desean verdaderamente o a albergar expectativas no realistas sobre la satisfacción que hallarán en sus hijos – expectativas que llevan a la frustración y la furia cuando no son alcanzadas.
Como el incesto, la violación está conectada a un continuum, uno de cuyos extremos es la tolerancia “normal” de la agresión sexual masculina y el supuesto tradicional de la responsabilidad femenina para establecer límites sexuales. Pero al revés que el incesto, la violación está distribuida en muchos puntos a lo largo de ese continuum, con la frecuente falta de denuncia de la violación marital o en una cita, rara vez tratadas con mucha severidad. Ninguna patología identificable o un único sistema de valores separa al violador del hombre respetablemente casado de la puerta de al lado. Pero un estudio reciente con hombres universitarios que violaron y un grupo de control que no lo hizo no encontró diferencias interesantes que contradigan muchos estereotipos sobre las fortalezas de las familias tradicionales. Era mucho más probable que las familias de los violadores tuviesen esposas que eran amas de casa de tiempo completo que las de los no violadores. Los padres de los violadores eran típicamente exitosos hombres de carrera que desilusionaban a sus hijos por su distancia física y emocional. Era más probable para los violadores sentirse hostiles hacia estos padres distantes que hacia sus madres, pero cuando sí expresaban sentimientos negativos sobre sus madres estos tendían a girar alrededor del temor de que la madre les dificulte/impida alcanzar una identidad masculina separada –un problema suficientemente común en las familias tradicionales que hacen a las mujeres exclusivamente responsables por la maternidad y el vínculo emocional. La investigación cultural cruzada sugiere que tal identidad de sexo produce conflictos, y que la violencia masculina que con frecuencia resulta de ellos ocurre mucho más frecuentemente en sociedades que imponen estrictamente una división sexual del trabajo en la maternidad y en la producción que en sociedades donde la responsabilidad entre los hombres y las mujeres se comparte más igualitariamente.”
En otras instancias, los valores familiares tradicionales pueden andar muy bien mientras otros aspectos de la vida se dan como se esperaba, pero ser demasiado rígidos para permitir a las personas enfrentar el estrés con efectividad. Los reveses económicos parecen tener los peores efectos, por ejemplo, en familias que suscriben a las ideologías conyugales y de género tradicionales. Irónicamente, la autoridad de los padres que pierden sus trabajos se deteriora más agudamente en las familias donde su comportamiento anterior había sido coercitivo o autoritario.”
Muchos conflictos familiares asociados con el creciente involucramiento de las esposas en los lugares de trabajo provienen menos de la adopción de nuevas conductas y valores que del rechazo a ajustar las expectativas tradicionales a las nuevas realidades. El fracaso de los empleadores o el gobierno para ofrecer asistencia con las licencias parentales, el cuidado de los hijos, y la flexibilidad horaria significa que las madres empleadas trabajen el equivalente a dos empleos full-time y los padres a uno y medio. Con todo, la investigación de la socióloga Arlie Hochschild sobre familias con dos ingresos halló que las parejas eran más felices y los matrimonios más estables cuando los hombres cuidaban más del hogar y de los hijos; los tironeos matrimoniales más fuertes provenían de una “revolución” en donde los cambios en los roles de las mujeres no eran acompañados por cambios en los de los hombres.
Del mismo modo, los retrocesos más severos después del divorcio, son experimentados por mujeres que durante el matrimonio fueron amas de casa full-time en familias “tradicionales”. Los hijos sufren más por el divorcio en escenarios donde el predominio de los valores familiares privados estigmatiza a las familias “no tradicionales” e impide que la pérdida parental sea compensada por redes de apoyo social extra familiares en la comunidad más amplia. Son esas redes más amplias, no sólo los vínculos familiares nucleares, las que requieren de una urgente reconstitución. La nostalgia por las familias tradicionales, y los mitos sobre sus fortalezas, impide que saquemos útiles lecciones del pasado y hagamos innovaciones efectivas para el futuro de nuestras familias.

Epílogo: Inventar una nueva tradición

... la así llamada “crisis de la familia” es parte de una crisis mucho más amplia de la obligación social que requiere ver más allá de las relaciones familiares privadas y reconstruir los vínculos sociales más amplios. Algunas personas son muy pesimistas sobre la posibilidad de extender reciprocidades e interdependencias sociales más allá de la familia. Los sociobiologistas arguyen que el altruismo está genéticamente determinado, y por lo tanto bastante limitado, dirigido hacia aquellos con quienes compartimos la mayor parte de los genes. Desde una enfoque político diferente, los teóricos freudianos, tal como Christopher Lasch, plantean que nuestras tendencias instintivas son esencialmente antisociales y que necesitamos apoyarnos en la familia para defendernos de ellas.
Estos enfoques subestiman enormemente el potencial humano para la cooperación. Las últimas investigaciones sobre evolución humana sugieren que la adaptación humana más crítica fue una tremenda ampliación de la capacidad para compartir con los demás. La investigación de las sociedades cazadoras y recolectoras antiguas está reemplazando gradualmente el estereotipo de los guerreros primitivos con una imagen de culturas pacíficas, igualitarias y cooperativas. Ya he discutido las tradiciones de intercambio de regalos en las sociedades precapitalistas y señalado la persistencia de la cooperación y construcción comunitaria en la temprana historia americana.
Aún hoy, a pesar de las presiones que prevén un individualismo competitivo, las personas están profundamente insatisfechas con la falta de comunidad y fines más amplios en sus vidas. Los norteamericanos “anhelan hacer lo correcto,” claman los dos encuestadores que han documentado los ejemplos más shockeantes de cinismo en los ’90 en Norteamérica; los investigadores políticos creen ahora que lo que mejor describe las actitudes de las personas hacia el sistema político es la indignación más que la apatía. Un periodista amigo mío informa que las personas están desesperadas por encontrar - tras el aluvión nocturno de noticias sobre violencia y tragedias desconectadas – algo que puedan hacer, por más pequeño que sea; cuando su canal de televisión sugiere un número para llamar o un acto concreto para hacer, la respuesta es abrumadora. La mayor barrera a la involucración social no es el compromiso de las personas a un estilo de vida puramente individualista sino su sentimiento de impotencia, el temor de ser las únicas personas que se sienten así, y su pesimismo acerca de las ansias de la naturaleza humana.’
Tal pesimismo, sea sobre la naturaleza humana o sobre la posibilidad de construir instituciones sociales que hagan surgir nuestras mejores y no peores cualidades, es comprensible pero trágicamente innecesario. Los seres humanos son animales sociales. Esto explica por qué, en un sistema con tantas presiones de intereses especiales y tan poca responsabilidad hacia lo público, los individuos que se unen a la elite se corrompen, una y otra vez, cualesquiera sean sus intenciones originales. Pero esto también significa que la toma de decisión colectiva (como opuesta a las respuestas a encuestas periódicas) sí amplia las mentes de las personas y profundiza sus valores sociales, un hecho que descubre cualquier panel de jurado, mientras que el desacuerdo individual que toca un encuadre compartido puede inspirar a otros a actuar responsablemente por el cambio social.
Cuando estaba en la universidad, dos de mis profesores eran afectos a citar los resultados de un experimento conducido por Stanley Milgram, en el que a individuos a los que se les había dicho que estaban participando de una demostración de aprendizaje se les indicaba administrar un shock eléctrico a un aparente “sujeto” por cada respuesta incorrecta que éste daba. Ubicados en un cuarto a solas con el experto de saco blanco “a cargo” del “experimento de aprendizaje”, el cual los instruía para aumentar el voltaje, el 62.5 de las personas puestas en esta posición administraron shocks que tenían razones para creer que podían ser letales – aún cuando podían oír a los “sujetos” que no veían llorando supuestamente de dolor. Esta lección que mis profesores nos daban era que los norteamericanos carecían de estándares morales independientes y del coraje para decir no.
Mucha menos publicidad se le dio a una variante posterior de este experimento, cuando dos cómplices del experimentador trabajaron junto a los sujetos para administrar los supuestos shocks. Cuando estos dos desafiaron el experimento, el 90% de los sujetos se negaron a las instrucciones de las figuras de autoridad para aumentar el voltaje. Para mí, esto sugiere que el ejemplo de sólo unos pocos individuos puede inspirar a otros a bucear en sus propios recursos de compasión y coraje.
En el mismo sentido, Urie Bronfenbrenner, Alan Wolfe, y otros investigadores, mostraron que los seres humanos son capaces de una toma de decisiones matizada y de una amplia cooperación cuando no están paralizados por jerarquías autoritarias, señales conflictivas, o estructuras impersonales que hacen difusa la responsabilidad individual, o cuando están involucrados en procesos de toma de decisiones que incluyen construir preferencias más que meramente registrarlas. La historia social también demuestra que las personas son capaces de cambiar sus mentes y trabajar a través de prejuicios profundamente sostenidos para colaborar con las personas que antes habían despreciado.
Pero si las personas se involucran en el cambio social, su compasión y esfuerzo ¿son solamente un ejercicio de futilidad, como se ha dicho tan frecuentemente en los últimos veinte años? Los problemas que enfrentan las familias ¿son tan grandes, tan abrumadores, que nada los podrá mejorar? Para nada. De hecho, hay numerosos programas que funcionan. Head Start es un ejemplo impresionante, aún cuando continuamente está luchando por los fondos económicos. La Fundación Eisenhower identificó recientemente varios programas comunitarios que han reducido las tasas de deserción, el crimen, el uso de drogas, el embarazo adolescente, y la violencia familiar. La defensora de los niños Lisbeth Scorr describe el éxito de programas tales como Homebuilders (Constructores de Casas), Resource Mothers (Madres con recursos), proyectos locales para la temprana infancia y prenatales, varios esfuerzos de reforma escolar, y el chequeo federal Medicaid o la asistencia alimentaria suplementaria. El proyecto SMART – School Mediators Alternative Resolution Team (Equipo de mediadores escolares para la resolución alternativa) – ha alcanzado reducciones dramáticas en las peleas entre los jóvenes en las escuelas en las que opera. El Fondo de Defensa de los Niños moviliza sus sostenedores de un modo extremadamente efectivo para presionar por una mejor legislación para los niños. Algunos empleadores han introducido políticas innovadoras de cuidado de los niños y los mayores, empleos compartidos, flexibilidad horaria, y licencias por maternidad, haciendo mucho más fácil para los empleados atender a las necesidades de su familia. Otros países han instituido mandatos de licencia por maternidad para todas las firmas, programas universales de cuidado de la salud, y subsidios familiares, todo ello sin ir a la quiebra. Hay una fuerte evidencia de que las políticas de bienestar social norteamericanas podrían ser hechas de manera más efectiva y humana.
Aún algunos de nuestros problemas aparentemente más inmanejables pueden solucionarse. Hay modos de elevar los resultados IQ (sigla que desconozco a qué se refiere) y las habilidades sociales de los bebés afectados por el crack. Los hijos de familias disfuncionales no tienen que ser descartados. Por ejemplo, un estudio a largo plazo de hombres nacidos a fines de los ’20, halló que aún aquellos que provenían de familias dependientes, multiproblemáticas, “en riesgo”, no eran distinguibles de sus pares más afortunados para la época en que alcanzaron los 47 años de edad. Habían superado sus dificultades y tenían vidas estables. Pero, como señala Schorr, “estos hombres pertenecían a la cohorte histórica que ingresó a la fuerza laboral a fines de los ’40, con altos niveles de empleo, una demanda estable, buena paga para trabajadores no especializados, y apoyo externo para niveles más altos de educación a través del G.I. Bill (un tipo de presupuesto), que ofrecían rutas de escape no disponibles para aquellos que surgieron de la próxima generación.”
Para la mayor parte de las generaciones más recientes, tales ayudas económicas, políticas y educacionales han sido más raras, aunque muchos niños de alto riesgo lograron superar sus dificultades. En un estudio a largo plazo de tales niños en Hawai, se destacaron dos factores en las historias de vida de aquellos que mostraron cambios positivos. Uno fue la presencia de aunque sea un adulto protector, a menudo un mentor o padre sustituto externo a la familia. El otro fue el acceso a una “segunda oportunidad” – alguna oportunidad, tal como educación, entrenamiento vocacional, o involucración en un grupo de la comunidad, que permitió a los individuos alcanzar logros a los que no hubieran tenido acceso en sus primeros años.
Hoy, hay aproximadamente 350.000 jóvenes pobres entre las edades de 16 a 24 años en los vecindarios más pobres de las ciudades de los Estados Unidos. Con adecuada ayuda económica, interpersonal y educacional, la mayoría podría probablemente alcanzar logros significativos; sin ella, sabemos con seguridad que no lo harán. Como expresa la Fundación William T. Grant: “Son demasiado numerosos para ignorarlos – sin embargo suficientemente pocos como para que una determinada sociedad pueda mejorar ampliamente sus oportunidades de vida.”
¿Podemos afrontar tales programas? Bien, podríamos entregar el valor de un año de cuidado prenatal, inmunizaciones, suplementos dietarios, programas Head Start, y subsidios para vivienda para cada madre e hijo que lo necesite por menos de lo que cuesta financiar tres semanas de la Desert Storm (Tormenta del Desierto). Podríamos dar trabajo a todos los adolescentes desempleados por mucho menos de lo que el Congreso votó para el préstamo S&L. Redistribuyendo sólo el 1% del ingreso del 5% más rico se elevaría por encima de la línea de pobreza a un millón de personas. Un impuesto del 1% de la riqueza neta del 2% más rico de las familias norteamericanas nos permitiría duplicar el gasto federal en educación y tener todavía casi 20 billones de dólares para gastar en alguna otra cosa. Recientemente una comisión sugirió que sería posible reestructurar a los militares para transferir 125 billones de dólares por año a otros usos por los próximos diez años. Un recorte de sólo un 1% en los gastos militares liberaría suficiente dinero para financiar el presupuesto de cuidado infantil ABC, duplicar el presupuesto de investigación para el SIDA, y triplicar el presupuesto para los sin hogar. Y desviar dinero de los militares a las escuelas tendría otros beneficios, ya que 1 billón de dólares de gasto en misiles crea solamente 9.000 empleos, y el mismo monto gastado en educación crea 63.000.
Quizás yendo más al punto, ¿podríamos afrontar no gastar este dinero? Cada clase del secundario que deserta le cuesta a los contribuyentes 242 millones de dólares. Un año de Head Start o un empleo de verano cuesta u$s 3.000 por niño o adolescente; un año de prisión cuesta u$s 20.000 por interno. Sin embargo Estados Unidos mantiene en prisión a una proporción más alta de su población que cualquier otro país en el mundo, mientras Head Start sirve a sólo el 30% de los chicos que estarían en condiciones de aprovecharlo. Brindar cuidado maternal a una madre embarazada cuesta u$s 600, pero por cada caso de bebé prematuro de esa forma evitado, el sistema de salud ahorra de u$s 14.000 a u$s 30.000. Un set completo de vacunación por chico cuesta u$s 47, pero cuesta u$s 25.000 por año institucionalizar a un niño mental o físicamente afectado por una enfermedad infantil prevenible.

¿Qué significa esto para mi familia?

En una primera mirada, puede parecer deprimente pensar a nuestros actuales problemas familiares como parte de una crisis socioeconómica mucho más amplia. Pero seguramente es aún más deprimente pensar que el problema es causado por la descomposición de los valores de las personas o por un egoísmo irredimible. Esa clase de análisis lleva a las personas a sumirse en la desesperación. Cuando leo sobre historia de la familia, siento a veces que la mitad de las personas con las que hablo se está torturando a sí misma tratando de descubrir qué es lo que hicieron mal en sus familias y la otra mitad se está torturando tratando de ver qué hicieron mal sus padres. Ver las penas de nuestra familia como parte de un problema social más amplio significa que podemos no castigarnos tanto –a nosotros o a nuestros padres. Tal vez todas nuestras dificultades personales no son completamente por fallas de nuestra familia; tal vez todas nuestras dificultades familiares no son por nuestra falla personal.
La mayor parte de las personas que arriban a esta conclusión no la usan como excusa para complacencia; en su lugar, encuentran que ella les ahorra tiempo y energía valiosos para ver de qué manera pueden ayudar realmente a solucionar el problema. Hay cantidad de lugares para comenzar en las escuelas locales, en los programas descriptos por Schorr, y en los grupos de apoyo citados en algunas de mis notas. Donde sea que una persona comience, él o ella harán una diferencia en las vidas de otros. Y esa persona seguramente encontrará un beneficio lateral inesperado. Porque, a pesar de todas las dificultades de hacer generalizaciones sobre las familias pasadas, la evidencia histórica sí sugiere que las familias han sido más exitosas siempre que han construido redes y compromisos sólidos y significativos más allá de sus propios límites. Podemos descubrir que lo mejor que podemos hacer por nuestras propias familias, como sea que las definamos, es involucrarnos en la acción comunitaria o política para ayudar a otros.

martes, 22 de noviembre de 2011

Taller: Construyendo Autoestima




19 de Noviembre – Día Internacional para la Prevención del Abuso Infantil


ASAPMI

La Asociación Argentina para la Prevención del Maltrato Infanto Juvenil, en ocasión de una fecha tan especial e importante para nuestro colectivo, cree necesario hacer llegar a la comunidad en general las siguientes reflexiones acerca de la situación que atraviesa actualmente esta problemática en nuestro país:

ü Más que nunca antes está en vigencia todo el marco legal y constitucional que engloba el accionar jurídico para hacer posible la misión de protección a la infancia que nuestro país se ha comprometido a llevar adelante.

ü Sin embargo, en los hechos asistimos a una serie de retrocesos legales y a deficiencias en la respuesta del sistema de justicia, que hacen sumamente difícil concretar en la práctica decisiones conducentes a una real y efectiva protección de nuestros niños, niñas y adolescentes.

ü Sucede que a partir del arribo del fenómeno “backlash” - contra movimiento de reacción al proceso de la visibilización de la violencia familiar en general y del maltrato infanto-juvenil en particular que, al igual que en España, en nuestro país ha adquirido particular virulencia -, se ha generado una incansable usina de argumentaciones y pseudo argumentaciones tanto desde el orden jurídico como desde la psicopatología para denostar no sólo las denuncias de abuso sexual y maltrato infantil, sino también a quienes denuncian, diagnostican y tratan a las víctimas. Entre otras, las fantasías infantiles, la inducción maliciosa, el síndrome de alienación parental, la no credibilidad del relato y más recientemente la invalidez del testigo único son señaladas reiteradamente por defensores, jueces e incluso por fiscales.

ü A ello ha coadyuvado, la inclusión de profesionales de diferentes disciplinas con una capacitación y un entrenamiento deficiente para trabajar en esta temática y/o con magros conocimientos de los marcos propios y específicos relativos al abuso sexual infantil (ASI).

ü Este panorama sombrío se agudiza cuando el niño, la niña, el adolescente - e incluso el adulto discapacitado o que padece una grave patología psiquiátrica -, no quieren o no pueden verbalizar o relatar el abuso sexual padecido; situación en que la Cámara Gesell suele ser el paso al sobreseimiento de la causa, con consecuencias concretas en los procesos que tramitan ante los tribunales de familia, como la imposición de procesos revinculatorios desaconsejados, incluso bajo apercibimiento de cambios de tenencia, cuando no la iniciación de procesos de daños y perjuicios contra los profesionales intervinientes que han denunciado, tratado o diagnosticado una presunción de ASI.

Los casos que se suceden nos comprometen con mayor fuerza que nunca a continuar una lucha inclaudicable por los niños, niñas y adolescentes que sufren maltrato, abuso, negligencia, deprivación de cuidados, etc., por parte de sus organizaciones familiares y por las instituciones.

Comisión Directiva de ASAPMI
Buenos Aires, Noviembre de 2011

lunes, 21 de noviembre de 2011

Familias en Conflicto por María Cristina Ravazzola





Familias en Conflicto[1]

¨Existe alguna familia que no esté‚ o no tenga conflictos?

Ni desde sus orígenes, ni por sus funciones, ni por su constitución, ni por sus imágenes sociales, la familia puede pensarse como un espacio social sin conflictos. Pero...

Sin embargo, tiene una imagen social privilegiada, idealizada casi universalmente.

¿Por qué? Tal vez porque en un mundo cada vez más mercantilista, un lugar social identificado con intercambio de afectos y no de intereses productivos, promueve la esperanza de que recuperemos la dimensión personal en las relaciones.

Pero, como cualquier entidad, la familia es una construcción que existe mientras la mantenemos así. Todos nosotros, con nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestras pertenencias institucionales contribuimos al armado de imágenes de la familia.

Es importante distinguir entre CONFLICTO, CRISIS y SITUACIONES de PERJUICIO. En la medida en que los seres humanos somos individuos sociales (buena paradoja), y las familias son agrupaciones de seres humanos, siempre hay diferencias y tensiones que resolver, decisiones difíciles que tomar, dilemas propios de la vida. Podemos hasta pensar que las familias que conocemos como exitosas en las que sus miembros crecen, se sienten bien y satisfechos cada uno con los otros, mantienen buenas relaciones con pares y desarrollan proyectos individuales y colectivos, han sabido caminar pasando de conflicto en conflicto, absorbiendo los cambios que, a veces, producen crisis, y aprendiendo a cuidarse, a cuidar a otros y cuidarse entre sí superando los malestares.

En la psiquiatría social se definen las crisis como grandes movimientos que generan confusión y malestar, generalmente sobrevenidos a partir de ingresos o pérdidas de los miembros de la familia, cuando el origen es intrafamiliar, o también a partir de acontecimientos de la vida publica. Frecuentemente se trata de situaciones para las que las personas no están preparadas, o porque fueron súbitas y sorprendentes, o porque lo que ocurre está muy distante de las expectativas previas, o porque se superponen a otros eventos dolorosos que han impedido que las personas flexibilicen sus posiciones y experimenten menos miedo.

Cuando hay situaciones de perjuicio, algún miembro de la familia está siendo sacrificado en su bienestar y en su desarrollo, en aras de la conservación de la estructura familiar, y es entonces importante si se logra intervenir interrumpiendo esa acción negativa. Clásicamente, esto ocurre cuando alguna persona está siendo golpeada o abusada repetidamente, y quien abusa no está comprometido a parar. O también cuando alguien queda rotulado como “enfermo mental” y se toman decisiones que mantienen esa designación.

Cada familia es diferente. Lxs terapeutas consultadxs por algún problema necesitamos evaluar las personas y los vínculos en cada una, recordando que nuestra posición y nuestra mirada son significativas.
Somos responsables si idealizamos a las familias y no vemos que muchas no son ideales para sus miembros, o para el resto de la sociedad. Las familias en las que hay abusos y violencia, y las familias de las distintas mafias, son ejemplo de estas afirmaciones.

También somos responsables si las condenamos a priori como generadoras y culpables de problemas en los hijos, y entonces las marginamos de experiencias en las que podrían intervenir ayudando a mejores desenlaces. Esto sucede lamentablemente cuando no se las convoca a participar de programas de rehabilitación en problemas de drogadicción o de conductas francamente desviadas de la norma social.

Ubicar entonces a La Familia en contextos socio-económico-históricos, nos puede facilitar el trabajo de problematizar y complejizar el concepto para flexibilizar nuestras apreciaciones. De configuraciones de familia extensa y multinucleares como las tribales, hemos ido pasando por diversos modelos, entre otros, el modelo patriarcal pre-industrial, muy jerárquico, con un padre dueño y señor, jefe y protector de su mujer, sus hijos, sus parientes y siervos, todos organizados como una unidad productiva, llegando a la imagen tradicional de una unidad doméstica de reproducción, intencionalmente democrática, en la que se espera que los hijos crezcan y desarrollen modos de armar nuevas unidades semejantes a la originaria.

Ubicar a las familias en los diferentes contextos permite un ejercicio de de-construcción y nuevas construcciones de las concepciones acerca de las familias, lo que estimula alternativas a definiciones restrictivas y constrictivas para sus miembros. Según cuáles contextos discursivos utilizamos para analizarla y otorgarle significado, los especialistas contribuimos a promover efectos que debemos tener muy en cuenta.

El ser humano en relación no puede eludir los conflictos. La familia, como forma de agrupación de los humanos, tampoco. Pero, como institución social, puede moverse de conflicto en conflicto mientras sus miembros crecen y enriquecen sus experiencias, o cristalizar algún conflicto enmarcado en definiciones rígidas de sus funciones y sus valores, generando respuestas de enfermedad y sufrimiento sin aprendizaje ni crecimiento. Curiosamente estos últimos, los conflictos negativos, son los conflictos de las certezas, no los de las confusiones.
Por eso necesitamos poder preguntarnos antes de apresurarnos a responder.




"¨De cuál familia hablamos?"
Los cambios de los últimos 20 años y La Familia

En nuestra cultura, las imágenes que se nos presentan automáticamente nos remiten a la concepción hegemónica y tradicional de la familia de la modernidad postindustrial: una madre (modelo madresposa) y un padre (modelo jefe proveedor) [2], heterosexuales, casados monogámicamente, con 2 o 3 hijos. Los discursos "naturalistas" y "biologicistas" ubican a la familia como un grupo humano "natural" entendiendo que la vida familiar está ligada a nacimientos, muerte, sexo, enfermedades, comer, eliminar desechos orgánicos, dormir, etc. También fundamentan las características regulares y diferenciales entre sus miembros en elementos biológicos de sexo y edad, considerados como "naturales" e indubitables.
Las concepciones funcionalistas ven a la familia respondiendo a demandas funcionales tanto de los modos de producción y exigencias laborales como de los ideales de crianza de hijos y de cuidado de sus miembros menos autosuficientes. La distribución de tareas según sexos queda aceptada as¡: hombres proveedores económicos pero discapacitados afectivos, y mujeres nutricias emocionales, sosteniendo la infraestructura del mantenimiento y cuidado de los bienes y de los hijos, pero discapacitadas en su autonomía.
Supuestamente los roles familiares se refieren entonces a una funcional división sexual y generacional de los trabajos que desempeñan los diferentes miembros de la familia, con los consiguientes réditos y sanciones, pero estos roles están también fundamentados en diferencias "esenciales" o "naturales" de edad y sexo.
Si nos ubicamos en una posición resistencial a estos pensamientos automáticos que promueve la cultura, ya no aparece la influencia de los cambios sociales como "peligro" a la estabilidad de la familia ideal, ni atentan contra ella. Para entender los cambios, y ubicarnos en una posición aceptadora de los conflictos y protectora de las personas, necesitamos hablar de LAS FAMILIAS y diferenciar también las experiencias y prácticas de cada uno de sus miembros.

Examinemos estos GRANDES CAMBIOS SOCIALES en cuanto a fenómenos demográficos, ecosistémicos y políticos.
Un listado puede enumerar:

-Aumento de la tasa de divorcios, re-casamientos, y crianza compartida de hijos del/los cónyuge/s.
-Disminución de la vigencia del tabú de la virginidad.
-Control efectivo de la natalidad en manos de las
propias mujeres con los siguientes cambios:
*- disminución de la mortalidad perinatal materna
*- aumento de la participación de las mujeres en la vida en general y en la vida pública en
particular
*- aumento para las mujeres de la posibilidad de
apropiarse de su sexualidad
-Cambios en las concepciones acerca del AMOR romántico
-Casamientos en edades más tardías, no tan jóvenes, aportando mayor experiencia al matrimonio
-Movimientos de mujeres y más recientemente de varones en torno a buscar sus identidades y formas de participación social menos estereotipadas y limitantes para s¡ mismos.
-Cambios tecnológicos que varían notablemente la difusión, a través de los medios, de la información transcultural, aportando nociones de diversidades a los supuestos hegemónicos y grandes cambios en el acceso a la información y cuestionamientos.
-Aparición de la pandemia del SIDA, + sorprendentes datos de fenómenos epidemiológicos ligados a estereotipos como el aumento exponencial del crecimiento del riesgo de infección para mujeres casadas.
-Aumento general de la edad de supervivencia de la población con la aparición de necesidades nuevas para la población de la 3a. edad en adelante.
-Aumento de la participación de las mujeres en la producción científica y en las prácticas profesionales y empresariales, con el aporte de su mirada específica que antes no estaba.
-Mayor visibilización, mayor registro, condena pública y publicitación de fenómenos familiares aberrantes como la violencia, los abusos sexuales, el incesto, etc, informaciones que modifican una imagen idealizada de los vínculos y de los roles familiares.
-Menor aislamiento y menor tabuización de la intromisión social en la vida doméstica.
-Mayor índice de mujeres madres en el mercado laboral, percibiendo un salario y saliendo de la participación full-time exclusiva en la esfera doméstica, con mayor variación y enriquecimiento de la experiencia de las mujeres.
-Menor índice de hijos por familia.
-Mayor número de familias con madre jefa de hogar en clases medias y mayor visibilización de esta realidad, que ya estaba presente pero no era visible, en clases populares.
-Aumento alarmante del índice de pobreza de los hogares a jefatura femenina.
-Aumento notable de los índices de desempleo formal, que generalmente es el relativo a los hombres.
-Aumento de la manipulación tecnológica de los fenómenos de la esfera reproductiva, con consecuencias de cambios de filiación, conflictos de pertenencia y posesión de embriones, de hijos, etc.
-Mayor registro y publicitación de la existencia de situaciones familiares no convencionales tales como:
*el ejemplo de la madre transexual, que crió satisfactoriamente varios hijos, tiene nietos, y que fue gran noticia en 1994 en Buenos Aires cuando le sacaron dos hijos, reclamados por sus madres biológicas.
*adopciones y crianzas de hijos hechas por mujeres solas, por parejas de homosexuales varones y mujeres, etc.
*niños nacidos de fecundaciones in vitro, o de madres subrrogadas que pueden ser hijas o madres de la madre de crianza, etc.
*parejas, jóvenes o no tanto, con o sin hijos, que mantienen una relación estable sin convivir.
-Mayor información y registro de las condiciones de supervivencia del planeta, con aumento de la conciencia de responsabilidad colectiva y de la responsabilidad de cada uno en su conservación.


¿De qué manera influyen estos movimientos sociales en las representaciones sociales corrientes acerca de la familia y sus miembros [3]?
Examinemos de cerca algunos items menos y más alentadores.

Si bien la población tiene cada vez más acceso a manejar métodos de control de la natalidad y a manipular tecnologías reproductivas, esto no disminuye la presión sobre las mujeres para que supongan que su único lugar social sea el hogar y la crianza de los hijos. La posibilidad fáctica de ejercer una elección no llega a modificar las imágenes tradicionales de identidad y prestigio ligadas al ejercicio maternal ni facilita el apoyo social a la mujer si ella elige un destino distinto de ése.

Los índices crecientes de desocupación impiden al hombre cumplir con su rol esperado de proveedor satisfactorio de las necesidades económicas de su familia. A pesar de que la mujer ha salido a conseguir el sustento, no siempre el hombre acepta ocuparse de la casa y los niños, como postula el discurso funcionalista.

El trabajo extradoméstico logró ampliar las redes de contacto y de exploración de las mujeres, pero también les implicó la carga de la denominada doble jornada, con más esfuerzo, y menos modificaciones de las esperadas en cuanto a su calidad de vida.

En la esfera de las conductas sexuales, la mayor disponibilidad y el mayor conocimiento de las mujeres de su propia sexualidad, la decreciente vigencia del tabú de la virginidad y el aumento y la mayor visibilización de las convivencias extramaritales deberían traducirse en mayores cambios en el tradicional standard moral social diferente para mujeres de para varones.

Algunas modificaciones, con todo, parecen haber tenido un efecto beneficioso. El aumento de la tasa de divorcios, en Argentina tal vez sólo legalizando situaciones de hecho, coincide con la disminución de la estigmatización de las asociaciones familiares no convencionales.
El amor romántico[4] es tema de debate. Su análisis histórico y social nos ayuda a reubicar y cuestionar ilusiones[5] e idealizaciones riesgosas.

La revisión de algunos ideales familiares como el de la PRIVACIDAD ha hecho posible la apertura del "cerco" familiar a la mirada del mundo público y al análisis político de cada situación, muchas veces no precisamente coincidente con la narrativa que cuenta acerca del hogar como refugio.

Percibimos algunos cambios en las políticas intrafamiliares cuyas consecuencias queremos examinar y relacionar con la calidad de vida de hombres y mujeres.

i) Cambios en la autoridad del padre, en su rol de proveedor y en su posición central en la familia.
Sin caer en generalidades no siempre representativas, vemos que, aun cuando hombres y mujeres trabajan para sostener sus hogares, las mujeres asumen mayoritariamente el compromiso y la responsabilidad de su participación en la cotidianeidad familiar. Para muchos hombres la participación activa en la vida doméstica no sólo no es fuente de autoestima sino que más bien parece atentar en su contra.

Los hombres han sido afectados por los cambios sociales descriptos, pero todavía, salvo excepciones, no han acompañado estos cambios de una manera satisfactoria para sí y para sus familias. Algunos parecen sufrir el haber sido sacados de un lugar central, y resistirse a participar de la vida familiar desde posiciones máss compartidas e igualitarias. Otros aceptan mejor los conflictos que derivan de la necesidad de negociar roles y posiciones con la mujer, aceptan cuidar de sus hijos, cocinarles, ocuparse de su limpieza y su escolaridad. Son los que frecuentemente declaran que, debido a estos cambios, tienen conflictos con otros hombres y también consigo mismos y sus propias creencias y valores acerca de la masculinidad. Una buena parte de los varones todavía se aferran a esquemas de dominación sobre sus mujeres y sus hijos, generando a veces graves problemas para todos.

ii) Muchos hombres se sienten responsables y cifran su autoestima y su prestigio en su capacidad de aporte al sustento de su grupo familiar. El desempleo creciente acompañado por el aumento del costo de vida y de servicios promueve serios conflictos en estos supuestos. Si son las mujeres quienes aportan un salario a la familia, esto no significa del todo que la imagen del hombre como proveedor se haya modificado ni que ellas sean reconocidas en ese rol. Seguimos viendo propagandas para que los hombres compren electrodomésticos de regalo para sus mujeres, suponiendo que ellos traen el dinero y ellas se dedican a las labores domésticas.

iii)Las mujeres pueden ganar dinero (de hecho muchos hogares se sostienen con el trabajo doméstico asalariado de mujeres cuyo marido está desempleado), y los hombres no corren ningún riesgo ni tienen ningún impedimento biológico para hacerse cargo de los hijos, la comida o la limpieza. Además del histórico y lamentable desprestigio de las tareas domésticas, los únicos obstáculos para compartirlas están sustentados en que faltan entrenamientos permanentes y cotidianos más altruistas e igualitarios para nuestros varones.
Han aparecido movimientos de hombres dispuestos a ser ellos quienes críen a sus hijos. Curiosamente, algunos no lo plantean como su inserción colaborativa en la esfera doméstica, sino más bien como jugando un papel sustitutivo y competitivo con la madre. En esta última modalidad, se ven algunos hombres que buscan vengarse de la madre de sus hijos, generalmente por haber tomado ella la iniciativa de separarse o por haber decidido convivir con otro hombre o por juzgarla “mala madre”, lejos del ideal que hubieran querido para sus hijos.

iiii) Cambios en las relaciones de poder entre esposo y esposa. El hecho de que las mujeres se vean en posesión de un salario concreto no ha producido en la familia tanto cambio en las relaciones de poder como el que cabría esperar. Las mujeres usan sus ingresos para las necesidades del sustento diario, o para pagar a la persona que la sustituye en las tareas de la casa, con lo que no terminan de traducir su entrada de dinero en concreto instrumento de poder para tomar decisiones en el hogar. El factor relacional parece tener m s peso que el económico. As¡ y todo, el hecho de que ellas amplíen su red de contactos personales ya sea porque compartan con otras personas adultas una actividad laboral o recreativa, produce en las mujeres nuevas valorizaciones y comparaciones que generan a su vez nuevos balances en la relación conyugal.

iiiii) Cambios en algunas concepciones acerca de la crianza de los hijos. Algunos hombres están aceptando la idea de co-responsabilizarse en las tareas concretas que demanda la crianza, coincidiendo con la actitud de algunas mujeres que se animan a desafiar el supuesto cultural de que la calidad del cuidado materno es incomparable y produce los mayores beneficios. Algunos científicos de la salud mental han reforzado la idea de la madre como la influencia más peligrosa y negativa, culpándola de las fallas y problemas en los hijos, sin dejar de predicar su importancia y su condición de necesariedad.

Paradojalmente mientras se ha idealizado la maternidad, se ha aislado y marginado la CRIANZA de otras actividades del mundo público, dejándola confinada en el área doméstica o en instituciones educativas segregadas de los intereses y las actividades de la comunidad. Para este estilo de maternidad idealizada se exige un ejercicio full-time a mujeres que, por el hecho de ser madres, tendrían un supuesto "saber" innato y natural. Cuando es así, si la mujer necesita salir a trabajar fuera de su casa para proveer al sustento de sí misma y otros, se agrega a la carga del trabajo en sí, OTRA carga más, ya que, según estos rígidos preceptos maternales, ella estaría atentando contra la idealizada maternidad ejercida full-time por la madre.

El discurso científico sobre la CRIANZA (qué es bueno/malo para los hijos) y la infancia, comienza a revisar algunas teorías que tuvieron gran predicamento.
Por ejemplo, las afirmaciones como: "las alianzas intergeneracionales son perjudiciales para la crianza", fueron entendidas por profesionales de la salud mental que trabajan con familias como que no debían producirse desacuerdos entre los padres, o de que si alguno de ellos intervenía a favor de sus hijos, estaba haciéndoles un daño porque cada padre debía estar aliado con el otro padre.(?) Lamentablemente está más difundida la afirmación de esta idea de alianza parental por decreto que su revisión[6]. Un acuerdo pensado y conversado puede ser muy beneficioso. No un sometimiento por decreto terrorista
También los discursos prescriptivos de las conductas que los cachorros de la especie necesitan para sobrevivir y socializarse han sufrido importantes cambios a los largo de la historia. Pensemos que los niños fueron "descubiertos" como categoría social en un período relativamente reciente (no antes del siglo XVIII) .Fueron considerados algo as¡ como "locos bajitos"[7] por siglos. Muchos recibían amor y cuidados, pero los niños no eran definidos y particularizados como tales, no tenían sus ropas, sus juegos, sus instituciones, sino que eran una categoría particular de adultos, por un tiempo de tamaño más pequeño.

Los operadores de la salud mental pasan del discurso de la maternidad idealizada y "naturalizada", la "madre perfecta", full-time, totalmente responsable de los hijos, a la actitud "tiremos sobre la madre", como si todo dependiera de ella, considerándola culpable de todo lo que "falle". En la medida en que queremos preservar la idea de la relación madre-hijo como intocable, negamos la SEXUALIDAD de la mujer que es visualizada como MADRE, ya que la sexualidad seria peligrosa para esa función ideal, así como también negamos la agresión en la relación madre-hijo. Este discurso de la madre ideal y totalmente responsable favorece que no se espere de los padres varones que se responsabilicen por los hijos, ni se valore particularmente la crianza ejercida por las madres, a las que la sociedad entonces no subsidia especialmente[8]. Estas prácticas serían consideradas "parte de su naturaleza". No es necesario agradecer lo que viene regalado.

Por otra parte, estas concepciones de la maternidad idealizada tienen consecuencias para las mujeres que se hacen visibles desde la epidemiología psiquiátrica. Los índices de enfermedad mental señalan el mayor riesgo y la mayor severidad para la población de mujeres jóvenes con hijos pequeños de todas las clases sociales sin una red de sostén adecuada[9], y también para las mujeres en la etapa de la vida en que los hijos grandes se independizan, que la psiquiatría social denominó "nido vacío". Los problemas de las mujeres en esa etapa se atribuyen a que se transforman en "mano de obra desocupada". Si escuchamos sus testimonios, vemos que en esta etapa ellas esperan que la dedicación a los hijos y al marido dé sus frutos, es decir, que ella se vea cuidada y atendida en sus necesidades como lo hizo con los suyos en su momento. Pero esto no es así. Los hijos a los que ayudó a crecer se alejan y se desentienden de ella, y el marido está ocupado en su carrera o su trabajo; ella se siente socialmente estafada. Aún peor, a veces pasa a formar parte de sectores de población pauperizados que están conformados por mujeres de edad madura que nunca aprendieron a generar dinero, que se encuentran en su etapa de vejez desatendidas económicamente por sus familiares. Ellas aprenden duramente que la maternidad idealizada no garantiza reciprocidad. Tal vez al contrario.

Estos cambios también llevan a revisar la "paternidad idealizada", o sea las ideas acerca de la importancia "esencial" del padre y de la figura paterna en la CRIANZA, especialmente las definiciones de la función paterna, su concepción como fundamental para los hijos, y el supuesto de que esa función sea necesariamente ejercida por el padre varón. La figura paterna así planteada puede llevar a alguna madre a asumir exigencias de que ella tiene que proveer un padre para sus hijos, fabricarlo o inventarlo, haciéndole a algún varón cercano cumplir la función de Padre como si eso fuera responsabilidad de Ella; aliarse con él aunque no esté de acuerdo; vivir sus alianzas con los hijos como clandestinas o ilegítimas.

Desde hace algún tiempo son socialmente visibles algunas mujeres que deciden llevar adelante su proyecto maternal más allá de si cuentan o no con un compañero para compartir las cargas de provisión de recursos, energía, tiempo y dedicación que la crianza concreta demanda. Ellas asumen voluntariamente este compromiso y organizan familias uniparentales con hijo/a único/a, cumpliendo ellas solas los roles que tradicionalmente se supone que corresponden a dos personas. El discurso de la paternidad idealizada (a veces pronunciado por profesionales), lejos de ayudarlas, las culpabiliza, ya que considera peligrosas las relaciones únicas entre madre e hijo/a, en la medida en que no se incorpora al padre, porque supuestamente podrían prolongarse indefinidamente sin que madre e hijo/a incluyan el tiempo y el crecimiento como variables importantes para todos. En este sentido algunas teorías suponen que el padre presente y confiable puede cumplir una función social simbólica de "corte" o de puesta de límites, gestión siempre más difícil para el progenitor enganchado en una relación de inter-dependencia y proximidad con el hijo. Obviamente esta función no necesita ser jugada por El Padre varón, sino que la desempeña muchas veces la propia madre si se ve apoyada como para hacerlo. No necesitamos atribuirle un sexo a estas funciones sociales, ni reducirlas, naturalizarlas ni cosificarlas.

Otras veces se ven padres que aprecian el valor de compartir con la madre y los hijos el ámbito doméstico y hasta se sienten enriquecidos personalmente por esto. Ellos pueden contribuir al desempeño de funciones maternales de nutrición, sostén, continencia, solidaridad, acompañamiento, cuidados, y participar del mundo de afectos que todos necesitamos.

Con estas experiencias se generan otras tramas de relaciones que tal vez nos permitan flexibilizar límites y crear políticas y exploraciones alternativas que nos reflejen y nos representen en la búsqueda de valores más justos y humanitarios.

La idea de “familia” se acerca cada vez más a relaciones muy próximas y con continuidad, muchas veces con convivencia, entre personas que se significan e importan mucho, que tienen por objetivo el crecimiento y el bienestar de todos y de cada uno de los que las componen. Funcionan como redes de ayuda mutua que, además de parientes, incluyen a veces amigos, vecinos, colegas, etc., ampliando las definiciones que las ligan exclusivamente a la consanguineidad y los linajes.
Estas redes familiares están en condiciones de asegurar el crecimiento de seres humanos que respeten al Otro, a las propiedades comunes, a las convivencias, aprendan a cuidarse y cuidar al Otro, también a cuidar y tomar conciencia de ámbitos locales pero también planetarios.

Y tal vez sean estas mujeres y estos hombres quienes logren desarmar las tramas competitivas que nos llevan a exclusiones y exterminios inaceptables.


María Cristina Ravazzola
54 11 47852385

1995 - 2011
[1] Para ExpoFamilia, autora Dra Cristina Ravazzola. mravazo@fibertel.com.ar

[2] Cito paradigmas de lo masculino y lo femenino descriptos por la anropóloga mejicana Marcela Lagarde
[3] En octubre de 1993, anticipándose al Año Internacional de la Familia, FEMSUR (un grupo interdisciplinario de mujeres) organizó en Montevideo un importante seminario - debate "Qué Mujeres, qué Hombres, qué Familia?" al que fui invitada a presentar un trabajo: "No somos siempre los mismos. Los cambios en los roles familiares", del cual extraigo algunas elaboraciones y comentarios.

[4] Entendemos por amor romántico un conjunto de elementos tales como: idealización del otro, sensaciones imprevisibles y fuera de procesos, absorción en pensamientos acerca del otro, voluntad de hacer sacrificios, asociado a fenómenos de placer estético (James R. Averill, Henry T. Finck, 1881-1923 y Dante, 1274, citados por Averill)
[5] A veces nos aferramos a algunas imágenes idealizadas de La Familia y La Pareja, Mujer = Madre, y a algunas concepciones idealizadas de la infancia (coincidiendo con palabras de la licenciada Eva Giberti), por no perder paraísos.

[6] ver Bograd Michele y Ravazzola M. Cristina quienes enfatizan la revisión de esta afirmación que, en caso de incesto perpetrado por el padre, por ejemplo, condena a la madre, haga lo que haga
[7] Denominación cantada por Juan Manuel Serrat
[8] En A.L. hay pocas políticas de subsidio a las madres
[9] Congreso de italia 1987